Más que crítico o comentarista de arte, me considero una especie de mensajero, encargado de divulgar las buenas noticias de los artistas de Guatemala, sus exposiciones, sus premios, sus viajes, sus logros. Sin embargo, la noticia que tuve que comunicar el pasado 30 de diciembre fue muy triste: murió mi amigo, nuestro amigo, José Colaj Subuyuc, pintor de Comalapa, que es como decir pintor de las entrañas de Guatemala. Hay más de una razón para que nos sintamos como los personajes que habitan sus cuadros: inconsolables, contemplando el espacio vacío que dejan los muertos que amamos, viendo el abismo y dejándonos atraer hacia él con la resignación que nace de la aceptación del destino y, al mismo tiempo, rebelándonos contra ese destino con todas las fuerzas espirituales que nos mantienen atados al misterio de la vida.



El sentimiento intenso que en este momento triste y doloroso nos permite sentirnos como protagonistas de sus cuadros, que nos hace sentir que formamos parte de una de sus pinturas, y que, para alguien que ahora nos viera desde fuera, nos presta la apariencia de personajes salidos de sus obras, este sentimiento era el que poseía a José Colaj no sólo a la hora de pintar sino siempre, a la hora de vivir, contemplando el río incesante que arrastra a las generaciones hacia algo peor que la muerte: el olvido. Y ahora que ese río incesante también se lleva los despojos de nuestro amigo, es el momento en que cobramos conciencia que no es la muerte lo que le da a la vida su carácter trágico sino que es el olvido el que pone en entredicho el sentido de los afanes de los que seguimos vivos. No olvidemos que José Colaj es pintor de Comalapa y que Comalapa, al igual que toda Guatemala, es un pueblo de sobrevivientes.
La obra de José Colaj es una obra de sobreviviente, una lucha incesante no contra el destino de todos los seres humanos, sino contra el olvido, ese cáncer inducido de la memoria que disuelve el sentido de la existencia, que le quita razón de ser a los afanes históricos de los individuos y de los pueblos. Si antes no comprendíamos esta dimensión de la obra del sobreviviente de San Juan Comalapa, ahora que la muerte nos convierte a nosotros en inconsolables sobrevivientes de José Colaj, en contempladores del abismo que se abre a sus espaldas, estamos en posición de comprender su obra y su vida y de querer y lograr que permanezca y perdure en la memoria de los guatemaltecos.