En una ocasión, todavía adolescentes, con mi vecino de la colonia Las Victorias y gran camarada Luis Ronaldo “Roni†de León, sin interpósitos extractos fermentados ni sintéticos, en alucinada lucidez, nos pusimos a inventar o encontrar nombres excéntricos a imaginarios conjuntos musicales de la entonces nueva onda. Fue un mano a mano de ocurrencias cuasi poéticas y de sardónicas carcajadas.
Mientras Gí¼icho era en aquel tiempo un potencial iniciador o precursor del rock, la convulsión jipi y la moda psicodélica en Guatemala, a mí no me interesaba para nada, ni en mínima parte, lo que sigo considerando meras frituras, abalorio, pintas desechables: esa clase de ruido patológico y sus ejecutantes, por muy iconos, míticos, legendarios, ídolos, fetiches y demás hierbas alucinógenas que se les considere por embelequeros “fans†y el propio mercado del entretenimiento envasado o “participativoâ€
Gí¼icho “Roni†de León fue un gringuero orgánico, como casi todos los jóvenes mestizos clasemedieros urbanos de los cincuentas y sesentas del siglo XX, ignorantes o ajenos a la historia, la política, las ideologías, el amplio y complejo espectro sociológico y antropológico; en contraposición a quienes integraban una rara minoría de revisionistas, contestatarios, rebeldes con una ancestral causa en la mente, el alma, el corazón.
Los primeros, propensos al rock y a cualquier moda gringa, mostraban una rebeldía formal, de la piel para afuera, en el ropaje, el peinado, los eslóganes importados, el barniz de un caló desarraigado y sin surcos propios, el ruido ya electrónico que no pudo ni agrietar el agua empozada. Carne de olvido al fin.
Hoy me entero, porque he visto escrito el nombre por ahí y eso me basta, de un conjunto llamado “Los reyes vagosâ€. Título sugerente, provocador, un tanto caricaturesco y paródico.
Con solo haber trocado la eme por ve, “uveâ€, ve pequeña, baja, corta o chica, a Melchor, Gaspar y Baltasar les fue sustituida su magia por la vagancia creativa. (Con todo, reyes que también hayan sido magos fueron escasos, mientras los vagos que ostentan corona, cetro y trono son mayoría.)
En casi cualquier vago alienta un rey de incógnito, aunque sin reino y sin vasallos convencionales.
Bautizar un grupo roquero con nombre paródico puede considerarse un homenaje y obligada rememoración cotidiana del original, aunque este último nunca se entere. El caso de “La Oreja de Van Gogh†ignoro si es en referencia a la mutilada o a la ilesa (en lo personal me inclinaría por la primera), ni qué tan cromatistas, locos y con tendencia al suicidio sean música y músicos. (Sospecho que Van Gogh los escucharía con su oreja cercenada. Prejuicios aparte.)