La mesa servida


Editorial_LH

Hoy empieza una nueva etapa en la vida polí­tica del paí­s con la investidura del general Otto Pérez Molina como Presidente de la República. Dejando el pasado en su justa dimensión, es decir sin olvidarlo, pero sin enredarnos en él infructuosamente, tenemos que decir que el nuevo gobernante encuentra la mesa servida para emprender el proceso de cambio que nuestro modelo polí­tico requiere y que dependerá básicamente de su voluntad y determinación dar los pasos necesarios para convocar a la población a un esfuerzo colectivo con tal fin.

 


En otras palabras, si Pérez Molina capitaliza su liderazgo que hoy está en la cúspide y lo fortalece haciéndolo un liderazgo moral, tendrá la autoridad para convocar a todo su pueblo para emprender un camino arduo y difí­cil, pero que nos permita realizar los cambios sin los cuales nuestra democracia está condenada al fracaso. Siempre hemos pensado que el gobernante tiene que ser un gran articulador de consensos y para ello tiene que ser y aparentar ser el dirigente honesto, comprometido y responsable que desde hace décadas venimos buscando, de manera que a su convocatoria no nos podamos resistir dado ese sentido de responsabilidad en el que el mismo gobernante da ejemplo.

La mesa está hoy servida para lo que desee hacer Pérez Molina; servida para ser uno más del montón de presidentes que han llegado a enriquecerse y enriquecer a sus financistas, socios y allegados mientras literalmente se beben las mieles del poder, pero también servida para un ciudadano responsable que entienda el sentido del servicio público y la dimensión histórica del reto que se le pone enfrente. El primer camino es fácil y está ya asfaltado por las experiencias de los antecesores. El otro es un camino árido, en el que hay que hacer brecha, sin comodidades ni aplausos inmediatos, pero donde la huella puede ser perdurable y no harí­a falta que al final del perí­odo los lambiscones le hagan una publicación para hablar de huellas inexistentes.

Es quitarse el Ferragamo y ponerse el traje de fatiga, el que hay que sudar con la gota gorda porque el trabajo es demandante, incesante y será muchas veces riesgoso por los obstáculos que plantean los que están acostumbrados a sacarle raja al sistema. Un camino desagradable para los empresarios que, criticando a los polí­ticos, se vuelven sus socios en los negocios y también para sectores influyentes que critican a los gobiernos, pero que con todos se acomodan para hacer dinero, para continuar con la prostitución del sistema.

No creemos en mesiánicas actitudes ni en un presidencialismo absurdo, pero sí­ entendemos que el Presidente tiene que ser el lí­der moral del paí­s y que si efectivamente lo es, tendrá autoridad moral para dirigirnos a un proceso de cambio. Usted decide, general Pérez.

Minutero:
Se va Colom, 
se va Colom,
se va para Barranquilla
y forrado hasta la barbilla