¿Fue envenenado Neruda? Exhumación de su cadáver podrí­a aclararlo


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Es tal vez imposible evitar las suspicacias. Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura, el gran poeta latinoamericano, hubiera podido ser el gran vocero de la oposición a la dictadura de Augusto Pinochet. Sin embargo, falleció 24 horas antes de su salida de Chile rumbo a México, en los turbulentos dí­as que siguieron al golpe militar.

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Por EVA VERGARA

Mientras que su viuda negó un posible asesinato y su fundación dice lo mismo, la teorí­a renació casi 40 años después dejando en evidencia las sospechas que han pendido en esta nación de 17 millones de personas sobre el hecho de que la historia completa, siniestra y truculenta de lo ocurrido en los dí­as posteriores al golpe permanece oculta.

La versión oficial dice que la pena que le ocasionaron el golpe militar y la muerte de su í­ntimo amigo, el presidente Allende, lo sumieron en una depresión que aceleró su enfermedad y lo mató 12 dí­as después.

Pero los indicios de que Neruda no murió de causas naturales en la ví­spera de viajar cobraron relevancia cuando el Partido Comunista chileno (PC) decidió finalmente escuchar la denuncia de Manuel Araya, chofer, secretario y guardespaldas del poeta, según la cual fue asesinado.

El 5 de diciembre Araya pidió la exhumación del cadáver para despejar las dudas. Dijo que Neruda murió pocas horas después de una inyección de dipirona que le aplicaron en el estómago, y que le causó fiebre y malestar generalizado.

El abogado del PC, Eduardo Contreras, presentó una denuncia por el presunto homicidio del poeta en mayo, luego de que la revista mexicana Proceso publicara una entrevista con Araya que causó revuelo internacional.

«Fue ese año que conocimos a Manuel Araya: su relato es coherente y comprobable», dijo Contreras, jurista especializado en derechos humanos. Neruda perteneció por 28 años al PC hasta el dí­a de su muerte

Araya dice que un médico, que no atendí­a a Neruda cuando estaba internado en una clí­nica, le puso u ordenó ponerle la inyección letal.

Neruda habí­a sido recluido en la Clí­nica Santa Marí­a por un cáncer de próstata que sufrí­a, por padecer de flebitis y de una artrosis en la cadera.

«Coincidentemente», dijo Araya en tono irónico, el médico Sergio Draper, «iba pasando por el pasillo, (cuando) la enfermera lo llama diciendo que Neruda tení­a muchos dolores, y este médico, muy gentil, va y le coloca una dipirona (un analgésico), y la dipirona… lo mata».

Araya no fue testigo directo de los hechos. Dice que una enfermera le contó la historia y que no recuerda su nombre.

La AP intentó establecer comunicación, sin éxito, con Draper llamando a la clí­nica y al Colegio de Médicos de Chile.

Pero en un reportaje de la revista í‘, del argentino diario El Clarí­n del 6 septiembre de 2011 titulado «Â¿Quién mató a Pablo Neruda?», Draper dijo que «a Neruda lo vi sólamente un instante, el domingo 23 de septiembre, a mí­ no me correspondí­a atenderlo. Ese dí­a la enfermera de turno me dijo que, aparentemente, Neruda sufrí­a de mucho dolor, le dije que se le aplicarí­a la inyección indicada por su médico, si mal no recuerdo fue una dipirona… ordené que se le diera una inyección indicada por su médico. Fui nada más que un interlocutor. Es el colmo que estemos constantemente bajo sospecha».

El 24 de septiembre de 1973, el diario chileno «El Mercurio» publicó una versión similar a la de Araya. Dijo que Neruda falleció «por causa de un ataque al corazón… a consecuencia de un shock sufrido. Luego de habérsele puesto una inyección de calmante su gravedad se acentuó», entró en un estado de precoma y falleció a las 22:30 horas.

El juez que investiga el caso de Neruda, Mario Carroza, no ha decidido si ordenará la exhumación de los restos del poeta, enterrado en Isla Negra, donde viví­a.

Según el abogado Contreras, el juez pidió la historia clí­nica de Neruda pero el director médico de la clí­nica, Cristián Ugarte, respondió que en virtud del tiempo transcurrido, 38 años, ya no se encuentra en los archivos.

El abogado indicó que la ficha del hospital, ubicado en el vecino puerto de Valparaí­so, muestra que la enfermedad estaba bajo control.

La exhumación, no obstante, podrí­a no servir para aclarar las dudas.

«Es poco probable que sea útil la exhumación, salvo que quedara algún resto de alguna sustancia tóxica en la médula de los huesos», dijo el médico forense Luis Ravanal. «Una cosa es detectar la sustancia, pero otra es demostrar que está en concentraciones suficientes para matarlo. Es decir, es difí­cil demostrar que estaba en dosis letales o terapéuticas».

Araya dijo que intentó en ocho ocasiones, al menos, explicarle a la dirigencia del PC que Neruda murió envenenado. «Yo golpeé tantas puertas, nadie me escuchaba». Agregó que lo intentó durante la dictadura y después del retorno de la democracia, en 1990.

«Era un muchacho cuando trabajaba con Neruda… no lo conocí­a nadie, viví­amos en dictadura, no estábamos en ese tiempo preocupados de informaciones distintas a las de Matilde Urrutia (la viuda del poeta)», dijo Contreras.

Años después de su muerte, Urrutia declaró en Europa que pensaba que al poeta lo habí­an asesinado, según información de prensa que hace parte de la querella.

Neruda y Allende simbolizan una turbulenta y confrontacional era en la historia de Chile y sus muertes ocurridas después del 11 de septiembre de 1973 han estado envueltas bajo el misterio. Las autoridades recientemente exhumaron el cuerpo de Allende y confirmaron que el expresidente se suicidó y que no fue capturado cuando las tropas se tomaron La Moneda.

Nueve años después, en enero de 1982, falleció el expresidente Eduardo Frei Montalva, presuntamente envenenado con talio y derivados del gas mostaza en la misma Clí­nica Santa Marí­a.

Un juez especial acusó a cuatro médicos y a dos agentes de la dictadura de suministrarle las sustancias tóxicas al exmandatario. Sus restos fueron exhumados y el caso se encuentra en investigación.

El médico Draper fue uno de varios médicos llamados a declarar en el proceso de Frei, quien se recuperaba de una operación de hernia en la misma clí­nica pero repentinamente empeoró y murió.

Conteras dice que el certificado de defunción del poeta indica que murió de caquexia: una desnutrición extrema causada por una rápida baja de peso, que origina tal debilidad que impide desarrollar actividades mí­nimas.

Al momento de su muerte Neruda, sin embargo, pesaba más de 100 kilos, según Araya y el embajador de México en Chile en 1973, Gonzalo Martí­nez Corbalá.

í‰l dijo desde Ciudad de México que «el Pablo Neruda con que yo hablé el sábado 22 (de septiembre) era el mismo del primer dí­a que lo conocí­ fí­sicamente (en Isla Negra, en 1972), en su cama, en su recámara, pero lúcido».

El exdiplomático, que visitó varias veces a Neruda en la clí­nica para arreglar detalles de su salida del paí­s, dijo que el poeta «hablaba, hací­a bromas… y estaba muy lúcido». También dijo que antes de las declaraciones de Araya jamás pensó que Neruda hubiera muerto asesinado, pero que ahora tiene «dudas».

El cree que si el poeta hubiera llegado a México, se pudo haber convertido en un gran opositor de la dictadura.

«La historia moral de Neruda era universal, no podí­a haber sido contenida en México y en América Latina… Con Neruda vivo hubiese sido muy distinto», dijo Martí­nez.

La Fundación Pablo Neruda, que maneja su herencia y legado, incluyendo los derechos de autor y la administración de sus casas-museo, desestimó la tesis del asesinato.

«No parece razonable construir una nueva versión de la muerte del poeta, sólo sobre la base de las opiniones de su chofer, quien viene insistiendo en este asunto sin más prueba que su parecer», afirma en un comunicado la fundación que preside Juan Agustí­n Figueroa.

Entre el legado de Neruda están las casas-museo La Sebastiana y La Chascona, un terreno de cinco hectáreas próximo a su residencia en este balneario, variadas colecciones que recopiló a lo largo de su vida de libros, mascarones de proa, relojes, pinturas y los derechos de autor de su prolí­fica producción.

La casa de Isla Negra se la donó en vida al Partido Comunista, pero los militares la confiscaron el mismo año del golpe. Otra casa se la dio a su exesposa Delia del Carril.

Araya y Contreras coinciden en precisar que el autor de «Veinte poemas de amor y una canción desesperada» murió sin hacer testamento, pues nadie veí­a cercana su muerte a pesar del cáncer.

El embajador Martí­nez recordó que tení­a un avión esperando en el aeropuerto de Santiago y que después de que Neruda se enteró de cómo se desarrollaba la represión contra los opositores en Chile, decidió aceptar la invitación del entonces presidente Luis Echeverrí­a para viajar «como invitado del gobierno mexicano», el sábado 22 de septiembre.

Cuando el embajador llegó a buscar a Neruda a la clí­nica el sábado, Neruda simplemente le dijo que habí­a posponer su viaje hasta el lunes. El exdiplomático mexicano decidió no discutir con Pablo Neruda, pero los 300 asilados que tení­a montados en un avión, listos para volar al exilio, tuvieron que esperar encerrados en la aeronave pues si la abandonaban significa salir de territorio de México y caer en riesgo, dijo el embajador Martí­nez.

Fue el domingo, según Araya, el dí­a que le pusieron la inyección a Neruda.

El embajador Martí­nez asistió a su funeral en La Chascona, su casa de Santiago. Horas antes, habí­a sido asaltada por los militares que destruyeron gran parte de sus colecciones. Un pequeño cortejo de cuatro o cinco vehí­culos partió hacia el Cementerio General. Al acercarse, vieron a filas de soldados a cada lado de la calle del cortejo.

Pese a la amenaza de los soldados apuntando con sus fusiles, la gente empezó a aglutinarse poco a poco. Urrutia y algunos embajadores se bajaron de los vehí­culos y empezaron a caminar.

De repente, el cortejo creció hasta llegar al medio millar de personas aproximadamente. La multitud empezó a entonar el himno de la Internacional Socialista, hasta que el murmullo se convirtió en un canto a voz en cuello.