Si algo efectivamente nos hace falta como sociedad para disponer de un sistema político menos sucio y corrupto es una verdadera rendición de cuentas, puesto que únicamente en los países donde se exige la responsabilidad del empleado público y funciona el concepto que en inglés se llama accountability puede hablarse de una noción de ética en el manejo de la cosa pública. En Guatemala ni nos preocupamos por traducir porque, en verdad, ni falta ha hecho.
ocmarroq@lahora.com.gt
Ayer se supone que el programa Mi Familia Progresa hizo su “rendición de cuentasâ€, pero no se entiende que no se trata de hacer un recuento en líneas gruesas de montos totales y beneficiarios. Una rendición de cuentas implica que se conozca al detalle el manejo de hasta el último centavo que se manejó en ese programa, así como las políticas para determinar quiénes tenían que ser beneficiados con esa inversión, sobre todo cuando el clientelismo político constituye la mayor mancha sobre la iniciativa, loable sin duda alguna, de asistir con recursos a la gente más necesitada del país que ha sido históricamente ignorada por los sectores dominantes.
Rendición de cuentas, por lo visto, se confundió con el lavatorio de manos al estilo Pilatos. Si uno lee el libro del primero que dispuso rendir cuentas y escucha las declaraciones de Colom y de los responsables de Mi Familia Progresa, se da cuenta que hay un manoseo del concepto porque ninguno realmente rinde cuentas sino que todos tratan de lavarse la cara, de borrar su responsabilidad en el manejo erróneo, por no decir dolosamente perverso, de los recursos del Estado para impulsar una candidatura presidencial.
Los guatemaltecos tenemos que aprender a exigir una efectiva rendición de cuentas. No soy de los que creen que únicamente hay que contarle las costillas a Colom, sino que pienso que hay que espulgarle las cuentas a todos los que han pasado por el poder porque aquí no hemos tenido niños vestidos de primera comunión. Pero tampoco soy de los que piensan que así como la sociedad y la Prensa se han hecho de la vista gorda ante la corrupción de Arzú y Berger, también debamos hacernos los babosos ante lo que se hizo en este gobierno.
Si tenemos un compromiso contra la impunidad en el país tiene que ser parejo, para que todo el que se ha aprovechado del poder para enriquecerse y para enriquecer a sus financistas y amigos, tenga efectivamente que rendir cuentas y asumir sus responsabilidades. Por eso mi permanente crítica a esa cacharpa inútil que es la Contraloría de Cuentas, porque al final sirve únicamente para apañar la corrupción emitiendo finiquitos que lloran sangre porque a ojos de la gente está el mágico, el súbito y sucio enriquecimiento de mucha gente que se ha beneficiado de la podredumbre de un sistema en el que participan tanto políticos y funcionarios como empresarios que se las llevan de postín, pero que son tan sinvergí¼enzas o más que su contraparte porque mientras éstos, los políticos, tienen término y plazo para robarse el dinero del erario, los otros lo hacen sin vencimiento de término porque para esas empresas siempre hay derecho de picaporte.
No esperemos que nos rindan cuentas. Reclamemos que les exijan cuentas claras y que se deduzcan las responsabilidades del caso. No cometeré la torpeza de decir como algunos que este gobierno, con el de Portillo, son los más corruptos de la historia. Hemos tenido peores por más que los robos los hayan hecho más sofisticadamente y entre pares. Pero tampoco cejaré en afirmar que usaron a los pobres para desviar el dinero que debió combatir la pobreza para financiar su campaña y dejar untada más de una olla, aparte de los otros trinquetes con los financistas.