Ahora los valores y principios son vistos como cosa de viejos, de estúpidos idealistas o de soñadores que no sabemos ni jota de la vida. Cualquiera habla de sus derechos, olvidándose por completo de sus obligaciones. Lo que diga la ley les importa un pito, pues lo que vale es la fuerza y la imposición. Aquel valioso principio de don Benito: “El respeto al derecho ajeno es la paz†se tiró por un desagí¼e. Cualquiera se siente con derecho a agarrarlo del pescuezo y advertirle que al menor movimiento se lo va a retorcer.
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¿Qué tal? No importa si el victimario es maestro, sin techo, trabajador del Estado, chofer de camioneta o alcalde municipal. Cualquiera se planta en donde mejor se le antoja y lo fuerza a hacer lo que le pida. ¡Ve qué de al pelo!
A ese paso, nada extraño será que el día menos pensado quien le hace payasadas cuando lo detiene el semáforo en un crucero, al pasar el sombrero pidiendo su “colaboración†si usted le responde que disculpe pero no lleva ni un centavo en sencillo, entonces agarre una piedra para romperle el parabrisas o con un clavo le pase rayando toda la carrocería a su vehículo. No, no estoy exagerando. Eso mismo, no hace mucho, lo hacía un mendigo en silla de ruedas, en el crucero de la sexta avenida y veinticuatro calle de la zona cuatro de la ciudad capital.
¿Qué opina entonces?, ¿se trata de gente menesterosa o poderosa? ¿Hablamos de la gente que lucha denodadamente para salir avante en la vida con las armas del saber, del buen raciocinio, de la persuasión o que las cosas solo se logran utilizando la fuerza bruta? Yo creo que quienes así actúan no son más que una partida de resentidos y abusivos, que no saben o no quieren ganarse honradamente el pan de todos los días, de quienes el diccionario define mejor como chantajistas, oportunistas o extorsionadores. ¿Que por qué estoy tratando este tema? Muy sencillo, porque esto en Guatemala también debe cambiar.
La mayoría de chapines estamos hasta el copete de quienes cada vez más imitan a los cafres que desean imponer por la fuerza, lo que según ellos son sus derechos, olvidándose por completo que para poder exigirlos, primero tienen que cumplir con sus obligaciones y luego, con educación, respeto y cortesía plantear sus argumentos. No, disculpen pero ya es hora de ponerle punto final a tantas patanerías.
El gobierno de Colom se caracterizó por permitirle a cualquiera subírsele hasta las barbas con el pobre argumento de respetar los derechos de los demandantes, pero ¿qué pasó con los del resto de ciudadanos que respetamos la ley, que para reclamar y si se quiere hasta para exigir, nos apegamos estrictamente a las normas vigentes? El nuevo gobierno tendrá la palabra. Veremos si cumple o también se va a reír de la ley.