Es gratamente sorprendente comprobar la motivación y el compromiso político sobre una causa común que tienen los jóvenes que terminan la secundaria, y otros que comienzan la universidad; no hablo del caso de Guatemala sino del movimiento estudiantil aglutinado en la Federación de Estudiantes de Chile, FECH, que han logrado la atención no solamente del pueblo chileno sino de la región latinoamericana.
El alcance de sus demandas es directamente proporcional a la magnitud de su movimiento. Sus luchas no terminan en mejor y más educación ni tampoco en la seguridad del carácter público de la misma, esa es la dimensión básica de sus reivindicaciones, es el motor de sus reclamos. Pero los estudiantes chilenos van más allá de ese nivel y denuncian la insostenibilidad del modelo neoliberal, aplicado en su país y son capaces de elevar una propuesta de reforma fiscal, esa es la dimensión estructural de su lucha. La habilidad política de la FECH debería ser digna de la envidia sana de cualquier movimiento gremial social. Chile tiene un pasado muy presente de dictadura que especializó el poder represor del Estado, los carabineros no son un cuerpo civil sino militarizado; en ese contexto los estudiantes han tenido la capacidad de enfrentar a las fuerzas policiales y paralizar el sistema formal de educación, haciéndose escuchar y ser tomados en cuenta, no solo por el Gobierno de Piñera, sino por el chileno común que empieza a darse cuenta de esa realidad. El movimiento ha provocado al menos preguntas en la sociedad chilena que seguramente desembocarán en toma de conciencia; en la dimensión de la política pública ya se provocó el cambio de tres ministros de Educación y el debate continúa. Los estudiantes pues han logrado articular muy bien lo táctico reivindicativo con lo estratégico estructural, tanto en la forma de sus luchas como en el contenido de sus propuestas. Sus acciones públicas en las calles de Santiago combinan muy bien la pasión y el compromiso, con la sorpresa y la planificación. La toma de centros educativos públicos y privados por largos meses, festivales culturales, bloqueos de calles y declaraciones públicas de sus líderes, se articula muy bien con las acciones de diálogo con el Gobierno, mismos que solo suceden sobre la debida consulta a sus bases; además hay un buen manejo oportuno de las entrevistas mediáticas en el momento indicado llamando la atención. La protesta se armoniza con la declaración y la toma con la negociación. La historia de Chile da cuenta de una fina dictadura que luego sentó las bases para el proyecto de la derecha económica de su democracia neoliberal, fue fundamental para la consolidación de dicho proyecto en los setentas, las fuertes alianzas políticas entre Pinochet y Thatcher y luego la inquietud por Chile de Milton Fridman, todo lo cual fundó el modelo de educación pensado desde el mercado, que luego sería el pilar de lo que conoceríamos en los noventas como el modelo chileno de desarrollo derramado que luego se volvió concesionado. Los jóvenes organizados en la FECH no habían nacido cuando aquel proyecto se fundó, ellos son sujetos concebidos la mayoría, en época neoliberal, sus luchas por un Chile más público y menos privado se alimenta de las condiciones objetivas y subjetivas que impone la contradicción económica. Los chicos de 15 años que el año pasado se dispusieron en huelga de hambre como medida para elevar sus denuncia, no arriesgan su vida solamente por tener más escuelas públicas, lo hacen porque intuitivamente han desarrollado conciencia política sobre la función pública del Estado y, además, saben lo estratégico que ha sido y es la educación como elemento de cualquier proyecto ideológico. Los chicos chilenos saben que la educación es el medio para la politización de los ciudadanos, y también saben muy bien sobre los efectos del modelo neoliberal, ellos son la generación de la contradicción.