Los expertos indican que no por ser principio de año, lustro, década, siglo, milenio, o lo que fuere, uno pueda o deba esforzarse en ver hacia el futuro, en el entendido de que este ciertamente existe en alguna parte, existirá o llegará a existir y a su manera venir a ser presente, no obstante lo fugaz e inasible de eso que creemos conocer como tiempo.
Es decir, intentar ver hacia el futuro puede ensayarse en cualquier momento del año, mes, semana, día e incluso hora, pero mejor si el cielo está despejado, hay poco viento, en un lugar tranquilo, con poco ruido de calle, fondo musical de Bach, Haendel, Haydn, Mozart, Vivaldi, la marimba Flor Bataneca, o unos preludios de Chopin, por ejemplo.
La persona que desee ver hacia el futuro, con el obvio propósito de que su sentido de la visión perciba cosas si no admirables y portentosas al menos sí novedosas, debe tener unas dos horas de haber comido, dormido bien la noche anterior, presión sanguínea normal, ingerido sus medicamentos prescritos (si fuera el caso), no pertenecer a ningún partido político, no ser fanático religioso, deportivo ni de ideología alguna.
Ahora bien, ¿hacia dónde exactamente dirigir la vista y con ella la mirada escrutadora del futuro? ¿O debe uno dar vueltas en redondo como una brújula? ¿Cómo orientarse para identificar al futuro con el simple designio de verlo, leerlo, descifrarlo y encontrar sus claves secretas?
Por mi parte, ignoro si debido a mi miopía o por la viga en cada uno de mis ojos, cuando he intentado ver hacia el futuro no logro percibir nada, no sé a dónde dirigir mi visión futurista, el rumbo intenso, penetrante y anhelante de mi atención sedienta de horizonte.
No, no se ve claro; incluso auxiliado por linternas mágicas y potentes reflectores.
Sombras nada más. Ni siquiera el mítico túnel de inexistente luz al final.
“El futuro se ve sólo después de haberlo tocado, oído, olido y gustadoâ€, solía decirnos mi maestro Michel de Nostre-Dame a sus discípulos favoritos.
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OXLAJUJ BAQTUN. En diferente pero relacionado desorden de ideas, mucha embelequería apocalíptica ha provocado entre la supersticiosa ignorancia histórica y racial de la cultura dominante, mestiza o ladina, el cambio de Era en la cuenta calendárica maya, cada 5,128 años solares, que coincide este 21 de diciembre. Mi insignificante predicción, poco original, dentro de un razonable pesimismo realista y objetivo emanado de la tradición occidental y amarrado a vívidas experiencias, es que, lejos de catastróficos cambios de exterminio masivo, todo seguirá igual, es decir, de mal en peor. Ya verán.