Ficciones y realidades del guatemalteco


Eduardo_Villatoro

Para el guatemalteco urbano promedio que se dedica a trabajar, se interesa por la educación y salud de sus hijos, es aficionado al fútbol, asiste ocasional o regularmente a sus oficios religiosos, visita a sus amigos, atiende las necesidades de sus padres ancianos, en fin, al compatriota de las clases de pobre/media  a la media/alta, no creo que le haya aumentado la autoestima que el Estado de Guatemala ingresara al Consejo de Seguridad de la ONU, si es que se enteró de tan destacado o irrelevante acontecimiento, mucho menos se puso a quemar cuetes como si fuera la Nochebuena o el cumpleaños de su traida.

Eduardo Villatoro

 


Pero algunos exquisitos analistas y otros delicados columnistas se enredaron en una estéril y pasajera polémica que sólo a ellos les llamó la atención, respecto a quién se le debí­a conceder el mérito de esa gloriosa victoria en el ámbito de la diplomacia internacional, como si por formar parte de ese privilegiado grupo de las Naciones Unidas, aunque sea de relleno, la calidad de vida de los guatemaltecos hubiese mejorado ostensiblemente de un momento para otro, o, por lo menos, habrí­a significado que mágicamente toda la red vial quedara sin un hoyo, o que la desnutrición infantil, el analfabetismo, el desempleo, la corrupción y el crimen organizado hubiesen dejado de ser parte de nuestra cotidianidad.

   Nada de eso ocurrió, como tampoco se hubiera desencadenado una hecatombe nuclear si finalmente el presidente iraní­ Mahmud Ahmadineyad hubiese decidido asistir a la toma de posesión del nuevo Presidente, puesto que no faltaron los alharaquientos que llegaron a señalar que si ese gobernante musulmán de nombre tan enredado para los hispanohablantes poní­a un pie en territorio guatemalteco, significarí­a cruel traición a Estados Unidos.

   Una vez que el representante de Guatemala ocupó su mullido sillón en el Consejo de Seguridad de la ONU, ante la apatí­a de los neoyorquinos, y que el Presidente de Irán prefirió visitar otros paí­ses latinoamericanos antes que venir a sembrar el terror en el emblemático Domo de la zona 13, las aguas se calmaron y prosiguieron los intensos preparativos para el relevo polí­tico del más alto significado para la desarrugada democracia guatemalense.

   Me puse a pensar, entonces, en el número y la jerarquí­a de las personalidades que nos honrarí­an con su augusta presencia; pero me sobrevino aplastante angustia al enterarme que de la Nueva Madre Patria no vendrí­a la señora Hillary Clinton, sino que el funcionario de más elevado rango que representará a Washington será el flamante Director de Cuerpo de Paz, un señor que responde al bí­blico nombre de Aarón Williams.

   Aunque también estarán presentes los presidentes del resto de Centroamérica y el de México, además de los herederos de la monarquí­a española, quizá esas modestas comitivas devuelvan a la cruda realidad de nuestra influencia en la polí­tica internacional, a diplomáticos, polí­ticos y analistas guatemaltecos que creen que somos el ombligo del mundo. 

   (Al parafrasear al caricaturista mexicano Rius, para el xenófobo analista derechista Romualdo Tishudo, un extranjero es uno que tuvo la desgracia de no haber nacido en Guatemala).