Frente a la violencia recibimos la receta de “aguantar†de parte de nuestro brillante Presidente Constitucional de la República y Comandante General del Ejército. En realidad fácil es decirlo cuando uno anda rodeado de siete carros coleros con entrenados guardaespaldas, soldados armados hasta los dientes y policías bien seleccionados entre lo mejor de la PNC, pero ingrato para quienes tienen que andar en un bus, caminar rumbo a su casa o aun para quienes viajan en su automóvil y son víctimas de los numerosos asaltos que se dan en el país todos los días, en realidad todas las horas y acaso hasta todos los minutos.
Hoy no vino un trabajador de La Hora a sus labores luego de mucho tiempo de cumplir con toda responsabilidad. El viernes por la tarde fue asaltado a punta de pistola y el trauma que le provocó la experiencia ha sido tan brutal que no quiere salir de su casa y dijo a su familia que prefiere perder el empleo que tener que exponerse a morir en la calle a manos de esos maleantes que actúan con total impunidad en su barrio.
La muerte y la violencia son, sin duda alguna, los grandes ecualizadores en la sociedad guatemalteca porque fuera de aquellos que logran construir su propio muro de seguridad, como el señor Colom y sus parientes, el común de los mortales sabe que está expuesto a sufrir las consecuencias de la incapacidad del Estado para contener el crimen y castigar a los responsables.
El sábado, llenos de ira por la muerte de un amigo muy querido, comentamos en este mismo espacio la actitud del Presidente de México que tuvo la humildad de admitir su responsabilidad en esa pérdida de control en el tema de la seguridad y lo comparamos con el nuestro, con ese señor Colom que afirma que no ha perdido ningún control y que recomienda a la gente que hay que “aguantar†la ola de la violencia.
Uno se pregunta cómo es que puede dormir alguien que fracasa tan estrepitosamente y que resulta siendo tan inútil después de haber baboseado a cientos de miles de guatemaltecos con aquella babosada de que la violencia se combate con inteligencia. Toneladas de valium o de alguna otra ayuda para dormir han de hacer falta para que alguien concilie el sueño sin soñar con ese interminable reguero de sangre que se le escabulle todos los días entre las manos. Eso si hay una pizca de humanidad, de corazón y de sentimientos en el ser humano porque todos los días entre quince y veinte familias lloran desconsoladas mientras el otro duerme a pierna suelta. Contrasentidos de la vida que duelen e indignan.