Hoy cedí mi espacio a Pedro, mi hijo, abatido por la muerte de Max Morel, un patojo tan especial que era uno de los personajes favoritos de mis nietos. Los que conocimos y quisimos a Maxito sentimos hoy el dolor que cada año embarga a más de seis mil quinientas familias y grupos de amigos en el país y no hay palabras, en realidad se queda uno no sólo sin qué decir, sino también sin el ánimo necesario.
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Acompañar a sus padres y hermanos, a todos sus demás familiares y a Andrea, la mujer de su vida que justamente celebraba su cumpleaños en ese aciago día en que un animal salvaje le cortó la vida a Max, ha sido una terrible experiencia. Mis lectores saben cuánto me apena y conmueve cualquier muerte, aun la de aquellas víctimas inocentes que no conozco, pero cuya pérdida lamento con mucha rabia porque no es posible que sigamos aceptando esa sangría, viendo que por un celular maten esos salvajes. Cuánto más cuando veo sufrir a personas que quiero mucho. La captura de los mal nacidos no devuelve la vida de Max, pero a lo mejor impide que otra familia sufra por la sangre fría de esos animales desalmados. Amén.