Tremenda conmoción



Una de las más prestigiosas universidades tecnológicas de Estados Unidos y del mundo, Virginia Tech, famosa por su escuela de ingenierí­a, fue escenario ayer de un tenebroso episodio en el que murieron al menos 33 personas y decenas más resultaron heridas en la peor balacera que registra la historia norteamericana. Un hombre de origen asiático, aparentemente alumno de la Universidad, atacó primero a los estudiantes que viven en uno de los edificios de hospedaje del campus y dos horas después realizó una verdadera masacre en las aulas universitarias.

Como es natural tras una tragedia de esa magnitud, hay ahora una gran cantidad de preguntas que se formulan los medios de prensa respecto al manejo que las autoridades hicieron de la crisis. Ese lapso existente entre el primer tiroteo y el segundo es para los periodistas inexplicable porque la policí­a de la Universidad no tomó medidas para prevenir acciones en contra de otros estudiantes. Como para aliviar las penas de otros paí­ses en donde errores o maldades policiales también se traducen en muerte e inseguridad para la población.

No creemos que este caso deba servir para extenderse en generalizaciones que tengan que ver ni con el sistema ni el estilo de vida en Estados Unidos. Se trata de uno de los tantos casos que agobian a la humanidad alrededor del planeta en los que la maldad producto de desequilibrios de distinta naturaleza, termina haciendo estragos en seres humanos. No hay paí­s del mundo ni sociedad alguna que pueda sentirse inmune ante el peligro de que situaciones como ésta puedan ocurrir porque se trata posiblemente de motivaciones muy prosaicas.

Pero eso no quita que la dimensión de la tragedia sea tremenda y que existan razones para condolerse por el sufrimiento de todas esas familias que han perdido a algún miembro. Terrible pérdida de jóvenes prometedores que se formaban en una de las más calificadas universidades de los Estados Unidos y a quienes la fatalidad les arrebató la vida en un tenebroso momento.

No dudamos que en estos dí­as mucha gente hablará de la crisis de valores, del deterioro de la sociedad norteamericana y hasta del ocaso del imperio, pero simple y sencillamente vemos en el episodio dantesco de ayer una nueva manifestación de la miseria humana que podemos encontrar en cualquier tiempo y lugar con distintas manifestaciones y en distintas proporciones. Es una tragedia tremenda, sin lugar a dudas, y nos debe conmover a todos porque hay mucha gente involucrada en el sufrimiento. Nuestras oraciones solidarias para todas las familias que abruptamente han perdido a un ser querido en medio de una locura inexplicable cuyas consecuencias han de ser recordadas a través del tiempo y, por supuesto, la obligada reflexión sobre lo efí­mero e incierto de la vida misma, pues hace pocas horas las 32 ví­ctimas iban entusiastas a recibir su clase, sin imaginar que encontrarí­an la muerte.