Este fin de año se cumple el 15 aniversario de haberse firmado la paz, acto que puso fin a un conflicto armado interno que tuvo a Guatemala en estado de guerra interna y violencia extrema por más de 30 años. En ese entonces las razones del inicio del conflicto fueron políticas y de control del poder del Estado, para luego transformarse en un proceso de lucha ideológica. Hoy, luego de más de 50 años de haberse iniciado y 15 de oficialmente haberlo concluido, los enemigos han cambiado, algunas causas persisten, pero el Estado continúa con un clima de violencia e inseguridad, que define a una sociedad dividida, estigmatizada por el subdesarrollo y vacía de liderazgo para lograr un cambio a nivel nacional.
Quienes vivimos aun cuando el conflicto estaba vigente, en mi caso la parte final, apreciamos muchísimo el hecho de que tanto el Ejército de Guatemala como las fuerzas guerrilleras representadas por la URNG pusieran fin al conflicto armado, pues culminaban una era importante para el país, que en gran o poca medida en esos años (noventas) aun cuando el combate militar era casi nulo, la percepción de tener grupos armados que pudieran salir en cualquier momento en carreteras o en poblados era terrible para fomentar un despegue de inversionistas, turismo y en sí, el propio desarrollo económico. Casi en forma paralela, el grupo de países amigos de Guatemala, mantuvieron un apoyo al proceso previo, durante y posteriormente, fortaleciendo sus instituciones de justicia, de seguridad jurídica y de decisión democrática. Sin querer indicar que Guatemala ha superado los problemas relacionados a estos temas, si hay que reconocer que sin ese apoyo irrestricto de la comunidad internacional, nuestro país hubiera tomado mucho más tiempo de salir de esa etapa primaria, y quizá nuestros problemas serían o más graves, o bien con raíces más profundas.
El camino a seguir es mucho más largo, pero los nuevos retos no tienen que ver con las razones del conflicto armado. Al concluirse éste, nuevos inconvenientes afloraron, porque siempre estuvieron presentes, quizá con menor impacto mediático o efectos en la sociedad, pero los elementos como el narcotráfico, el crimen organizado, la corrupción y en sí, un debilitamiento del Estado tomaron fuerza, gracias a una ausencia de liderazgo y a una sociedad que no logró cohesionarse del todo para enfrentar la nueva era. El solo hecho que se hubiere firmado la paz no daba garantías que todo cambiaría. Guatemala requería de una unión social de sus actores más importantes, empresarial, político, campesino, académico, etcétera, tal y como sucedió en otros países alrededor del mundo, en donde la guerra también fue inclemente, como Alemania, Suecia o en América, los ejemplos de Chile y el mismo Estados Unidos. Estas sociedades comprendieron que el Estado en su conjunto eran ellos mismos, y le dieron un rol de participación equitativa y de respeto a cada sector, transformando las realidades de sus países en sueños, y con ello trazando una ruta a su progreso.
Lo más importante de todo, es que las sociedades en gran medida, quizá no absolutamente, pero sí a escalas altamente reconocibles, alcanzaron una reconciliación e identificación nacional. Sólo para citar un ejemplo, hoy por hoy, no hay alemán que no conozca de las atrocidades que uno de sus líderes históricos cometió durante la Segunda Guerra Mundial, pero ninguno de esos ciudadanos alemanes, reniega de su país y por el contrario, con disciplina y fortaleza, hoy son uno de los países más fuertes del mundo. Esa reconciliación con identificación nacional está ausente en Guatemala. Las recientes demandas penales contra militares en retiro y exguerrilleros tienen una connotación de mantener el conflicto vivo, algo que ya nadie quiere. Por supuesto, toda una sociedad busca justicia para algunas atrocidades cometidas durante nuestra guerra interna; dejar de castigarlos sería imperdonable, pero es justo pedir que sea equitativo para ambos bandos y que estos procesos no alcancen niveles de resentimientos nuevos o divisionismos aún más fuertes que los que ya tenemos ahora.
Guatemala no está tarde para unirnos y enfrentar los nuevos retos del ahora, porque sin ese espíritu de búsqueda de la felicidad, de compartir angustias y de alcanzar juntos los retos impuestos, nuestros nuevos enemigos como el crimen organizado y la corrupción, toman sus posiciones y con una visión clara de sus objetivos, se sientan a aprovechar las debilidades de un Estado, incluyendo a su sociedad, que pareciera estar en estado de “shockâ€.