En los muchos años que Dios me ha dado la responsabilidad de vivir, he tenido la vivencia de pasar algunos años en el Hemisferio norte, con nieve, frío y una chimenea con fuego ardiente; cerca y lejos de mis seres queridos. También he pasado navidades en el Hemisferio sur, con días calurosos y noches cálidas o templadas; algunas veces casi sólo y otras felizmente acompañado. La mayoría por supuesto aún volviendo precipitadamente en un 23 de diciembre, como hoy, las he pasado en mi querida Guatemala, con el sonar de los chinchines y el tun, tun del sonido de la caparazón de las tortugas, con olor a manzanilla, pino y el sabor del ponche y los tamales. Pero ante todo, con la dulzura y el cariño de los seres a los que más he querido, muchos de ellos hoy ausentes.
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Claro está que los años hoy me permiten ver y comprobar la presencia de nueve de mis diez nietos, esa marimba que se integra ya de jóvenes adultos, adolescentes, niños y recién nacidos. Qué dulzura es escucharlos reír, verlos correr y contemplar sus ojos, sus presurosas manos abriendo los regalos. Qué sabiduría de quien dijo que el mayor placer está en dar que en recibir.
En una nueva Nochebuena y una nueva Navidad, es imposible descartar la pregunta de cuántas nos quedan por pasar. En todo caso, 72 navidades son un gran número y debemos de aprovecharlo para hacer un recorrido de todas y cada una de ellas. Es increíble cómo la mente nos puede trasladar de una a otra y cómo el espíritu nos permite tomar lo mejor de cada Nochebuena y de cada Navidad. Es también de nuevo el momento para reflexionar, para pensar en la paz, en la felicidad pero no egoístamente en la de uno solo sino para hacerlo también en los seres humanos que nos rodean, en los que menos tienen, en los que están privados o limitados de poder estar esa Nochebuena compartiendo con su familia, de los que la enfermedad o la ancianidad los tiene confinados a una cama o a un asilo.
La enseñanza cristiana nos otorga muchos ejemplos, todos podemos elevar una plegaria a Dios, todos podemos agradecer sus dones, todos debemos en esa noche de paz pensar en nuestro prójimo, de pedirle al Altísimo les dé a todos un poquito de alegría, un poco de satisfactores y mucho, mucho deseo que en nuestra patria, que en nuestro mundo prive el mismo espíritu que se produjo en Belén, en un pesebre donde el hijo de Dios nació abrigado y arropado por María y por José y acompañado por pastores y animales que le brindaron el calor que todos deseamos tener en el corazón y en el alma para poder dormir y vivir con alegría y paz.
“…Santa María, en el cielo hay una estrella que a los asturianos guía, guíanos estrella, enséñanos a no dejar de pensar, da luz a esta tierra bañada por el mar, danos fe para luchar, para mantener vivo lo nuestro, que nadie arranque las raíces de este pueblo que quiere mantener vivo este fuego. Muchos nos quieren sacar del juego aquí podríamos hacer latir el corazón de un muerto si no convierte las montañas en desierto. Eres luz con lágrimas del éxodo masivo, no tiendas caminante mal herido quien deja atrás siempre lo más querido sabrá cómo volver, no sentirá estar nunca del todo perdido, el acento es lo primero que se pierde, las ganas de volver nunca, mariposas suben del estómago a la nuca, ser lo que somos considero un orgullo, esta gente, el frío no hiela nuestra sangre más caliente tenemos las alegrías no se van volando por la niebla y la experiencia nuestra mente amuebla. Somos de la tierra, somos tierra y esta tierra es nuestra, tu memoria arroga nuestra imagen triste aquí y en otro lugar pensando en ti nos viste…â€