Se orinaron fuera de la bacinica


Oscar-Clemente-Marroquin

Es evidente que la persecución penal contra algunos militares sindicados de delitos de lesa humanidad durante el conflicto armado interno provoca tensiones en el seno de la sociedad guatemalteca y nadie podí­a imaginar que no vendrí­a algún tipo de retopada. La estrategia polí­tica ha sido la de atacar la figura de la Fiscal General al señalar a familiares suyos de haber sido integrantes de la guerrilla y de equiparar la responsabilidad de la insurgencia con la del Ejército con relación a los crí­menes perpetrados a lo largo de los años de conflicto.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

 


Personalmente siempre he pensado que la justicia debe imperar y que cualquiera que haya cometido un crimen, del bando que sea, tiene que responder legalmente por sus actos. Hay una ley de amnistí­a que perdona los que podrí­amos considerar como delitos de giro hasta cierto punto normal en el curso de una guerra, pero se hace la salvedad sobre los delitos más graves, aquellos que se consideran como de lesa humanidad, que no prescriben y están fuera del marco de la amnistí­a.

Pero en el curso de ese esfuerzo polí­tico por contrarrestar las acciones penales que se dirigen en contra de miembros del Ejército, se usó a un señor Plocharski a quien, francamente, lo hicieron orinarse fuera de la bacinica quienes le instruyeron sobre la acción que presentó para que se investiguen crí­menes perpetrados por la guerrilla. Y es que el documento que presentó ante la prensa no llena ningún requisito como para constituir una denuncia formal, pero lo más grave es que de entrada señala entre los responsables de varios de los asesinatos que él pide investigar, a personas que no habí­an nacido o que tení­an cortí­sima edad cuando ocurrieron esos hechos.

Entre ellos señala a la periodista Marielos Monzón, que debe haber nacido al principio de los años setenta y cuyo pecado ha sido el de hablar sin pelos en la lengua para señalar las terribles injusticias que hay en nuestro paí­s. Yo conocí­ a su papá, el extraordinario penalista Guillermo Monzón Paz, comprometido con la causa de la justicia y enemigo de la impunidad, lo que le terminó costando la vida en uno de esos crí­menes absurdos perpetrados durante el conflicto. Guillermo no era un radical más que en su búsqueda de la aplicación de la ley y su asesinato fue una muestra de cuán indiscriminada fue la represión en el paí­s porque su condición de profesor universitario (uno de los mejores que tuve yo, por cierto) fue suficiente para que le condenaran a muerte.

El oficio de Marielos se vuelve más complicado en la medida en que uno defiende posiciones y se mantiene en sus principios. Puede ser un oficio agradable, lucrativo y llevadero si uno anda viendo cómo queda bien con todos, si uno busca cómo agradar a los poderosos y se convierte en alfombra de los poderes fácticos. Pero ejercido de otra forma, con entereza y honestidad, obliga a decir cosas que resultan molestas a todos esos poderes y de allí­ que se termine ganando muchos más enemigos que amigos.

No son pocos los colegas que prefieren palanganear para no hacer enemistades y siempre he pensado que cada quien tiene su manera de matar pulgas y su forma de vivir con la conciencia tranquila. Pero he visto en Marielos siempre esa tendencia a decir las cosas como las piensa, sin subterfugios ni matices que pretenden tapar el ojo al macho o relativizar las cosas. Decirle al pan, pan y al vino, vino no es fácil y generalmente tampoco es agradable. No faltan ocasiones en las que uno tiene que anteponer convicciones a amistades y pensar más en el bien común que en el individual.

Pero afortunadamente en el caso de Marielos, la acusación fue tan babosa, tan torpe, tan burda, que es literalmente una cantada fuera de la bacinica.