Pídole al lector otorgarme permiso para discurrir sobre tópicos ajenos a los sucesos que cotidianamente atrapan el interés de los ciudadanos, y que son objeto y sujeto de ardorosa opinión pública. Es un discurrir que ha surgido de ociosas e incompletas meditaciones, y de mi escolástica obstinación por las definiciones. Uno de mis propósitos es distinguir entre falsedad y mentira, y mostrar la relación entre sinceridad y verdad.
Empiezo por acudir a una definición de verdad, que es obra del antiguo filósofo griego Aristóteles (enunciada en el Capítulo 7, del Libro IV de la “Metafísicaâ€). He aquí esa definición: la verdad consiste en afirmar que lo que es, es. Por ejemplo, afirmar que una rosa roja es roja, es verdadero. Dedúcese que la falsedad consiste en afirmar que lo que es, no es. Por ejemplo, afirmar que una rosa roja no es roja, es falso. Si afirmar es un acto del pensamiento, que le adjudica un predicado a un sujeto, podemos decir que la verdad consiste en la correspondencia entre el pensar y el ser. La falsedad, entonces, consiste en la no correspondencia entre el pensar y el ser. ¿Cómo saber que hay o no hay tal correspondencia? He aquí un problema que puede plantearse así: ¿cuál es el criterio de verdad?
La palabra “sincero†deriva del latín “sincerusâ€, uno de cuyos significados es “purezaâ€. Ser sincero consiste en decir la verdad sobre lo que uno piensa, siente o quiere. El pensar, el sentir y el querer son fenómenos que corresponden a una división de los fenómenos psicológicos en tres clases: cognoscitivos, afectivos y volitivos. Esos fenómenos son interiores, y porque lo son, puede ser imposible que un ser humano sepa lo que otro ser humano piensa, siente o quiere. Por ejemplo, si alguien afirma que piensa en una estrella, puede ser imposible saber que piensa en ese objeto, y no en un bosque. Si alguien afirma que siente amor, puede ser imposible saber que siente esa pasión, y no odio. Y si alguien afirma que quiere una tosca cabaña, puede ser imposible saber que quiere ese bien, y no una fantástica mansión. Si la sinceridad puede ser incomprobable, entonces puede dificultarse y hasta imposibilitarse comprobar que un ser humano es o no es sincero.
Precisamente porque la sinceridad puede ser incomprobable, puede plantearse este dilema moral: ¿Siempre debemos ser sinceros, aunque no nos convenga serlo; o debemos serlo sólo si nos conviene? Este mismo dilema puede plantearse de otra manera: ¿Debemos ser sinceros en todos los casos, es decir, absolutamente, aunque nos perjudiquemos; o debemos serlo sólo en algunos casos, es decir, relativamente, si no nos perjudicamos y hasta obtenemos un gratificante beneficio?
Mentir consiste en afirmar intencionalmente algo falso. Quien afirma algo falso pero no intencionalmente, no miente. Precisamente no ser sincero es mentir sobre lo que uno piensa, siente o quiere. Un dilema moral similar al que se plantea sobre la sinceridad, puede plantearse también sobre la mentira: ¿Debemos abstenernos de mentir en todos los casos, es decir, absolutamente, aunque no nos convenga mentir; o debemos abstenernos de mentir sólo en algunos casos, es decir, relativamente, cuando nos convenga mentir?
Post scriptum. Si usted opina que siempre debemos ser sinceros, o que nunca debemos mentir, usted propende al absolutismo moral. Si opina que no siempre debemos ser sinceros, o que algunas veces es lícito mentir, propende al relativismo moral. ¿Debemos ser absolutistas morales, o debemos ser relativistas morales?