Es parte de la naturaleza humana ver la paja en el ojo ajeno y no darse cuenta de la viga en el propio y por eso es que desde tiempos inmemoriales se ha establecido la necesidad de usar el mismo rasero para medir todas las situaciones, cosa que se vuelve difícil y complicada porque nuestra tendencia, nuestro instinto, nos lleva a ser severos con el prójimo e indulgentes con uno mismo y con quienes nos rodean. Lo que hacen otros o lo que les pasa a otros lo vemos con una dimensión y perspectiva diferente a lo que nos pasa a nosotros o a los más cercanos de nuestro entorno y eso ha sido y será siempre igual.
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Por ello es importante tener un sistema de justicia que sea confiable, en el que podamos depositar la fe de que se tratará a todos por igual, al margen de su condición económica, credo religioso o influencia política. Durante años, por no decir que toda nuestra vida, hemos visto cómo se captura a un sospechoso y se le envía a separos policiales o carcelarios que carecen de elementales comodidades para garantizar la dignidad del ser humano. Pero no es sino en pocos y muy determinados casos que nos damos cuenta que eso es así, pero sin reparar que ha sido igual por años y años y que seguirá siendo igual por muchos más, afectando a miles de personas que no tienen ni como quejarse, mucho menos cómo expresar públicamente su queja.
Desafortunadamente no tenemos ese sistema de justicia que trate a todos por igual y es de tal magnitud la forma en que el sistema funciona, que cuando por casualidad se “extralimita†y la acción penal se dirige contra quienes por alcurnia, dinero o poder no son sujetos de la justicia, viene el llanto y el crujir de dientes, para seguir con las citas bíblicas.
Alrededor del mundo vemos que el crimen no es una tendencia de un sector de la sociedad sino que en todos los estratos hay gente que incurre en comportamientos que atentan contra la ley y se tipifican como delito. Ciertamente en todo el mundo la cantidad de reos, es decir de presos condenados por la comisión de un delito, que son miembros del lumpen social es mucho mayor, porque generalmente esa gente carece de medios para buscar asesoría legal y aun en Estados Unidos, donde el sistema funciona un poco mejor que aquí, uno se da cuenta que los pabellones de los condenados a muerte están llenos de negros, hispanos y anglosajones sin cultura ni fortuna. Pero también caen en la cárcel Bernard Madoff y como él otros genios financieros que usan su poder en Wall Street para embolsarse dinero de los contribuyentes. No están todos los que son, ciertamente, pero al menos no es una constante de impunidad como la que se ve en otros países donde la justicia no sólo es ciega sino también manca cuando se trata de operar en determinado tipo de los llamados crímenes de cuello blanco.
Cuando cae preso un pandillero por asaltar una camioneta o por extorsionar a alguien, nadie cuestiona ni critica al Ministerio Público más que por no presentar suficientes pruebas. Pero cuando se trata de otros casos, resulta que los fiscales son conspiradores que montan shows espectaculares para su beneficio mediático. Que si el fiscal contra el crimen organizado quiere el hueso de la fiscal general y por eso conspira para capturar a alguien o que si se trata de distraer la atención para cubrir otras deficiencias en otros casos mediáticos. Siempre hay una razón para pensar que el MP está actuando maliciosamente en contra del sindicado si éste es de ese grupo que, por naturaleza, tiene que estar por encima de la ley, cosa que nunca se piensa en los otros casos porque, al fin y al cabo, los raseros siempre serán distintos.