Un cambio de actitud


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Estos tiempos de fin de año están llenos de momentos de reflexión, potenciados sobre todo por la baja del ritmo laboral y por la coincidencia de la temporada religiosa, dominada sobre todo por la tradición cristiana, pero incluso para otros cultos y para los no creyentes, también es un momento propicio para la reflexión.

Mario Cordero ívila
mcordero@lahora.com.gt

 


El fin de año, que cierra un ciclo también, es propicio para reflexionar sobre los logros alcanzados, y las metas planteadas para el próximo. Y es que aunque vayan pasando los años, y la experiencia dicta que esos propósitos de Año Nuevo no son más que arranque de macho viejo, y que para febrero los objetivos planteados ya se fueron tirando al bote de basura, pasando por el filtro de la comodidad y de la cotidianidad, cuando no por la falta de recursos monetarios.

Pero eso es quizá porque nos planteamos metas que son difí­ciles de conseguir, no tanto por la complejidad de éstas, sino porque no sopesamos los recursos que necesitamos. Por ejemplo, nos proponemos una meta que requiere de dinero, pero no destinamos los recursos monetarios suficientes para pagarlo, y con el pago de las primeras cuentas en enero, nuestro propósito se va al baúl de las buenas intenciones.

En otros casos, quizá, no sea el recurso monetario, pero sí­ el recurso tiempo, y nos planteamos hacer mil y una cosas, pero no tomamos en cuenta que el dí­a nada más tiene 24 horas, y la semana tan sólo siete dí­as; y eso sin tomar en cuenta que a medida que nos vamos haciendo más viejos nos parece que los segundos ya no duran lo mismo y que cada vez son más cortos, porque ya no los hacen igual como cuando éramos niños, cuando el tiempo abundaba.

Es difí­cil cambiar de un golpe nuestros hábitos y proponernos recomponer nuestra vida de un año viejo al nuevo, porque al fin y al cabo el calendario cambia, pero la vida sigue igual, y el 1 de enero no se nos otorgan brí­os para cambiar, y, al contrario, amanecemos desvelados, sin dinero, con deudas y, en el peor de los casos, con algunos tragos de más.

En ese sentido, nuestros propósitos personales -sin dinero y sin recursos y sin las habilidades necesarias para concretarlas-, no se alejan demasiado de nuestros proyectos como paí­s, porque ahora que sucederá en un mes el cambio de Gobierno, por muchas buenas intenciones que tengan los próximos funcionarios, se darán cuenta de que la situación no cambiará mucho, porque de igual forma no habrá dinero, no habrá recursos y la gente que tiene toda la gana de lograr cambios, se dará cuenta que es muy difí­cil mover a ese armatroste estatal, que más que ser pesado como elefante, se parece más a un perezoso, que no se mueve de su rama porque está dormido, y que se mueve sólo cuando tiene hambre.

Pero volviendo al plano personal, más que proponernos y ofrecernos el oro y el moro para el próximo año, lo que sí­ es viable es proponernos un cambio de actitud. Entraremos al próximo año con los mismos recursos y energí­as, por lo que no podremos contar con algo más, a excepción de los que se ganen la loterí­a.

Pero como la mayorí­a de nosotros no nos ganaremos la loterí­a, y quienes se la ganen seguramente no compraron el entero, sino que puros cachitos, tendremos que aceptar que iniciaremos el próximo año con la misma suerte, energí­a y ganas.

Lo único que podremos cambiar es nuestra actitud, y reconocer que no tendremos más recursos, y que no habrá ampliación presupuestaria, estatal o personal, que nos permita cambiar de un solo golpe al paí­s o nuestra vida.