En medio del alborozo propicio, el 13 de diciembre arribo a mis Bodas de Plata, un cuarto de siglo, como quien no dice nada, de colaborar con La Hora. Estoy de plácemes y realizado al alcanzar esa meta significativa tras empeño recurrente. Ilusionado siempre por formar parte del equipo humano que de manera cooperante se suma con enorme voluntad al diarismo independiente.
Pasa el tiempo y tenemos sensación que sucesos de tal índole pareciesen haber sido ayer. Atribuible por lo tanto al ritmo veloz de la cotidianidad, habida cuenta que Cromos tiene su respectiva medida al conocido compás del tictac. Imposible ocurra más y diferente. Eso sí, existe la infaltable ley de relatividad en marcha, responsable del aparente cambio encandilado.
Lejos está en visión distinta tal magnitud considerable, causante de esta nota, cuando acudí por primera vez al medio que ya rebasa los 90 años, pletórico de emoción e interés manifiesto. Mi corazón semejaba “un puño cerrado que boxeaba dentro del pecho’’, a punto de salirse de mi anatomía. Las personas estamos sujetas a momentos fuera de serie en la interioridad.
Capaz sin excepción de una reingeniería individual en ascenso por motivos de fuerza mayor y mediante estímulos de gran magnitud. Esa sumatoria impele tan grande y mejor superación. Legítimo derecho al que aspiramos todos, a nuestro tránsito por este valle de lágrimas, en circunstancias de extrema peligrosidad. Misma en crecimiento por los malandrines en acecho sin piedad.
Hay testimonios acerca de dicha actitud, máxime cuando apunta a objetivos de valía en verdad. Sirva entonces al instante de la exteriorización del reconocimiento profundo. Doy las gracias por la oportunidad de que fui objeto de parte de sus timoneles. Inicialmente don Oscar Marroquín Rojas y también su hijo mayor, licenciado Oscar Clemente Marroquín Godoy, respectivamente.
En el edificio de la 9a. calle “A’’ 1-56, zona 1 metropolitana, Callejón de Huérfanos, según nomenclatura antañona. Causal de su modificación al aplicar la ideada por el connotado ingeniero Raúl Aguilar Batres. Nos identificamos en consecuencia con ese inmueble donde periodistas en general, amigos de La Hora y público que acude con razón de llevar edictos y anuncios a publicar.
El inmueble en mención recibe el ingreso de personajes del mundo político, exgobernantes y diplomáticos, en ejercicio de sus funciones. Si hablara cuánto diría ese mudo testimonio recogido en anales históricos, abundantes en los anaqueles de su valiosa biblioteca, muy rica en volúmenes de mérito.
Auténtica escuela de periodismo independiente constituye el vespertino a que aludimos. A sabiendas de tantas luchas y campañas inclaudicables, son ejemplo vivo, real y formativo. Al cabo del cuarto de siglo como colaborador he sumado un efectivo aprendizaje hacia el norte visualizado y grabado a través del afianzamiento de mi madurez calcado mediante signos totalmente indelebles.
Bajo el ideal de libertad que caracteriza al periódico fundado por el honorable y valiente periodista don Clemente, se amparan columnistas de suma ejecutoria y también de sangre joven. Dueños de estilo propio, “de colmillo’’; inclusive damas y hombres de letras, quienes cuentan con prestigio, es factible y merecido de tener muchos lectores día a día.
Mi colaboración semanal, esperada ansiosamente en nuestro estado de ánimo es la cuota en plenitud de solaz y esparcimiento para el correspondiente deleite en compañía familiar. Si fuese a manera de soliloquio perdería mucho, con rostro que menoscaba este acontecimiento. De vez en cuando recibo parabienes significativos, mismos portadores de estímulo.
Ajeno a la egolatría de un todo, tampoco a la opacidad, rugida por motivo discordante de la timidez, dejo constancia sincera enseguida. Como quiera que sea soy claro afirmando además de huir del señalamiento lamentable de “alábate coles, que no hay quien te alabe’’. Extremo vituperable y censurable, el cual jamás de los jamases haré una irónica expresión.