El boleto más codiciado en La Habana no es para el colorido espectáculo del club Tropicana. Es una película de zombies sangrienta e irreverente con un retorcido humor y valores de producción relativamente ingeniosos que se burla de la obsesiva relación de Cuba con Estados Unidos y se regodea entre chistes isleños por sacarle el mayor partido a las cosas aunque todo a tu alrededor — edificios, calles, extremidades humanas— se derrumba.
Los espectadores acudieron en masa esta semana a ver «Juan de los Muertos» y los organizadores del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano tuvieron que agregar funciones adicionales de medianoche para acomodar a la multitud.
El jueves por la noche el vestíbulo del Cine Charles Chaplin recibió a varios cientos de personas que se apresuraron a entrar apenas se abrieron las puertas. Y esa era sólo gente con conexiones y pases especiales: periodistas, familiares y amigos de personas involucradas en la película, trabajadores vinculados al instituto de cine de Cuba. Otros cientos se alinearon afuera alrededor de la manzana.
«Zombis en La Habana, ¿no te dan ganas de ver eso?», dijo el escritor y director Alejandro Brugués tras la función, mientras atendía llamadas en su celular y recibía abrazos de felicitación de amigos y parientes.
Brugués, de 35 años, se declaró «eufórico» de ver las multitudes en las calles y se lo acreditó a la naturaleza novedosa de su obra.
«No hacemos mucho cine de espectáculo. Es una cosa que hay que cambiar, deberíamos empezar a hacerlo», dijo.
Los trailers y fotos del filme han circulado el último año desde su filmación, creando gran expectativa mucho antes de su estreno.
Yasumari Alvarez, una empleada del instituto de cine cubano que no estuvo involucrada con la producción, dijo que le atrajo la novedad de una producción local — aunque con financiamiento español — que usa efectos generados por computadora para transformar la capital cubana. Aun en una ciudad en la que muchos edificios ya están desmoronándose, el Apocalipsis de los zombis no mejora el panorama.
«Es la primera película cubana que tiene efectos especiales. Sale La Habana destruida con los zombis en las calles», dijo Alvarez.
Aunque el desacuerdo político abierto no es tolerado por el régimen comunista cubano, artistas e intelectuales siempre han disfrutado de más libertad, especialmente cuando las púas están envueltas de humor. El implacable sarcasmo de «Juan de los Muertos» se exhibe desde la primera toma, que lo muestra bañado por el sol, recostado sobre una balsa de pescar en el famoso Malecón de La Habana.
Su compinche, Lázaro, surge de las aguas y le pregunta si alguna vez pensó probar el peligroso viaje a Miami. No, responde Juan, porque entonces tendría que trabajar.
De pronto la película salta a la acción cuando un zombi pútrido surge entre las olas y Lázaro lo liquida de un arponazo en el ojo.
«Esto queda entre nosotros», acuerdan los amigos.
Mientras los ataques de los zombies continúan, el gobierno sigue insistiendo en el noticiero de la noche que no se trata de cadáveres reanimados sino de agitadores disidentes en complot con el «imperio». Gente desesperada se aleja remando del Malecón en botes destartalados en una clara referencia a la crisis de los balseros cubanos.
Cuando Juan, con una figura delgada similar a la de Don Quijote, y Lázaro, robusto al estilo de Sancho Panza, se reúnen con los vecinos en el techo de su casa para enseñarles técnicas de defensa personal, Juan dice que no es nada con lo que ellos no sepan lidiar ya.
Sólo que «esta vez el enemigo no son los yanquis, es un enemigo real y está entre nosotros», dice Juan.
Juntos forman un equipo de zombis demoledores con un plan de negocios: cobrarle a residentes de La Habana para «matar a sus seres queridos». A veces, en confusos tumultos, los clientes no salen mejor parados que los zombis.
Y hasta que un presentador de noticias desaparece en un reguero de sangre durante una transmisión en vivo, las autoridades continúan insistiendo en que es un ardid yanqui y que todo está bajo control.
Para entonces ya no quedan clientes y está claro que no hay más nada que hacer que escabullirse. Juan, junto con su hija media española, Lázaro y el hijo de éste, California, crean un plan para escapar de la ciudad, un homenaje a la famosa capacidad de los cubanos de «inventar» una solución improvisada a cualquier problema.
Brugués insistió en que su película no es política, pese a que sus púas cortantes se burlan de la jerga oficial habitual en los medios controlados por el estado.
«La política es demasiado más grande que yo. La política se me va muy por encima de mi cabeza», afirmó.