Me pareció curioso ver en las páginas electrónicas de un diario de Guatemala dos noticias contradictorias al mismo tiempo. Por un lado se reportaba el decomiso de “mil 383 ramillas de pinabete†en una aldea de Quetzaltenango y por el otro la agradable sorpresa de que el diligente Consejo Nacional de íreas Protegidas –Conap– tuvo a bien sacar de la lista de especies amenazadas a la hoja de maxán. No deja de sorprender que a pesar de que las pruebas están a la vista, los ecologistas empedernidos siguen creyendo que la mejor forma para garantizar la supervivencia de las especies es prohibiendo su uso.
No soy antropólogo ni historiador, pero supongo que la hoja de maxán se ha utilizado para envolver los deliciosos tamales desde hace siglos si no miles de años y nunca, aunque los señores del Conap digan lo contrario, ha estado o estuvo en peligro su existencia en esta tierra. Nunca estuvo en peligro porque su utilidad comercial garantiza que los seres humanos que habitamos estas tierras tendremos dos dedos de frente para propagarla o cuando menos utilizarla racionalmente.
Lo único que ha demostrado poner en peligro de extinción real a las especies de flora y fauna del planeta son esos largos listados de especies prohibidas que convierten a los animales o plantas en víctimas de los traficantes. Si la propiedad de los individuos fuera respetada en esta tierra o en cualquier parte del mundo no habría tal cosa como especies en peligro de extinción, porque el legítimo dueño de los animales y plantas encontrados en las tierras que habitan podrían disponer con tal libertad que le darían un altísimo valor a las especies. El pinabete en cambio “goza†del proteccionismo del Estado pasando incluso por encima de los derechos de sus auténticos propietarios para disponer como les plazca del bendito pinabete que les pertenece. ¡Veo con horror que el Estado haya llegado al colmo de indicarme lo que puedo o no hacer con las ramas de un árbol que está en mi terreno! No es posible que se condene hoy a unos pobres comerciantes por llevar una picopada de ramas de pinabete mientras cientos de ladrones y sinvergí¼enzas caminan por las calles con absoluta impunidad.
¿Cuándo aprenderemos del viejo ejemplo de las vacas y los pollos? ¿Se ha puesto a pensar por qué las vacas y los pollos nunca han desaparecido a pesar de que matamos millones diarios alrededor del mundo para alimento? La respuesta es sencilla y aplica para todas las especies: Existe una utilidad para el ser humano, y entre más utilizamos y explotamos esas especies, mayores son sus probabilidades de supervivencia porque nadie en su sano juicio mataría a la última gallina del mundo sin antes sacarle una docena de huevos que garanticen que dentro de algunos días tendrá bastante más alimento que comer o vender. De hecho las vacas y los pollos son tan importantes para el ser humano que sus propietarios han invertido muchísimos recursos y tiempo estudiando y experimentando cómo reproducirlos, cómo hacerlos más grandes y nutritivos. Todos esos recursos invertidos son posibles únicamente por las ganancias que generan la crianza y comercialización de esas especies.
Cuando el Estado logre garantizar la propiedad de los mandantes el problema de la extinción prácticamente desaparecerá. El pinabete tiene muy buenas expectativas de sobrevivir como especie no por la intervención del Conap sino a pesar de ello porque las personas que celebramos la Navidad o las fiestas de fin de año consumimos el árbol y sus ramillas con fines ornamentales y para disfrutar de su delicioso aroma.
El desarrollo de la humanidad, la correcta protección de la propiedad privada, la tecnología y la ciencia me permiten soñar con un mundo con más especies de las que tenemos actualmente, con mujeres en mink, con arbolitos sin marchamo, con tamales bien envueltos y con alfombras de balam a los pies de elegantes mesas de caoba petenera.