Perdí­ mi fe en la primavera porque no para de llover


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Guatemala me dejó de importar. Amo esta región del mundo, es hermosa, admiro la fertilidad de su suelo, es una bendición, me asombra su posicionamiento geográfico, es puente de mundos, pero Guatemala me dejó de importar. Amo la gente de este paí­s, es hermosa, admiro la capacidad de sobreponerse que tiene y su energí­a de vida es una bendición, me sorprende la cantidad de culturas que la integran, es un fiambre de mundos, pero Guatemala me dejó de importar.

Herbert Tejeda

 


¿Y qué me queda, qué nos queda, qué se supone que debamos hacer? Si te importara demasiado dolerí­a demasiado y cuando se sufre lo que sufre este paí­s se sufre a muerte, se sufre sin consuelo ¿Qué se supone que debamos hacer? Si somos causalidad o casualidad, si lo merecimos o vino sin esperarlo, si lo regalaron o lo arrebataron.

Esto ha hecho que sea apático al dolor ajeno, la injusticia ya no tiene efecto en mí­, la pobreza se siente tan cultural, la ciudad nos nubla la realidad. Soy apático a las millonarias deudas que le dejan al pueblo año con año, lo absurdamente indignante de los titulares ya no me afecta, el continuo hurto de bienes comunales lo veo tan cultural, la falta de unidad que tenemos como nación es una realidad.  Soy apático a la discriminación sin entendimiento de la clases sociales, las diferencias que resaltan para desorientarnos de la verdadera lucha ya no me importan,  el poco perdón que tenemos por el error ajeno y la excesiva misericordia que exigimos se nos brinde está enraizado a nuestra cultura, la capacidad de neutralizar el sentimiento de responsabilidad ante la pobreza se hace más real.

Pero aún me quedan los milagros, me quedan los sueños, me queda la esperanza. Aunque a decir verdad he perdido la esperanza en mi especie y  llevo muchos años sin soñar con un futuro prometedor y los milagros de hoy parecen manipulaciones para vendernos otro producto. Aunque hay  dí­as y personas que me ilusionan, que me hacen realmente creer que existe una esperanza nacional, que el egoí­smo se desvanece ante la solidaridad, que logramos soñar en conjunto y que como paí­s  cada vez necesitamos menos milagros. Aunque luego veo que en esta región casi siempre te matan los sueños, te roban la paz y la necesidad de las intervenciones divinas es casi una obligación para poder sobrevivir el dí­a a dí­a.

Ya no me importa este paí­s ni las vidas que casualmente emergieron dentro su imaginaria delimitación, pero últimamente me ha comenzado a importar el hecho que no me importe, lo cual provocó de una extraña manera que me comenzara a importar de nuevo. Porque aunque no quiera verlo duele, aunque no lo sienta lloro, aunque lo ignore me mata, aunque no lo quiera creer lo vivo. Se nos olvida que este dolor es compartido, se nos olvida que este sufrimiento es de una misma vida. Quizás todos necesitemos llorar por un mismo dolor para recordar que tenemos el mismo corazón.