La cultura, poder intangible


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Varios años de experiencia en la promoción de polí­ticas públicas desde la cultura aparecen reunidos en este libro: El poder de la cultura / Recurso estratégico del desarrollo durable y la gobernanza democrática. En sus páginas, el representante de UNESCO en Guatemala, Edgar Montiel, hace un recorrido por los cambios, los retos, las posibilidades, los acuerdos y las interrogantes que se plantean alrededor de la cultura en esta era global.

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POR VANIA VARGAS

Ocupa los últimos lugares de importancia en los planes de gobierno y, sin embargo, constituye una herramienta de poder. No tan inmediata ni cuantificable como otros poderes del Estado, pero con la capacidad total para convertirse en un vehí­culo de desarrollo democrático y riqueza para la región.

Hablamos de la Cultura: “Esa elaboración comunitaria mediante la cual los individuos se reconocen, se autorrepresentan y asignan significaciones comunes al mundo que los rodea”.

Desde la antigí¼edad ha sido un elemento de cohesión. Su tarea fundamental ha sido la uniformidad de rasgos; su objetivo cimentar la nación. Fue el caso en la expansión del imperio romano, esa misma fue la experiencia americana.

Con la aparición de la era cibernética el mundo se convirtió en una enorme aldea a merced de una gran cantidad de información y sí­mbolos de aquellos que han logrado acaparar el espacio virtual, difundir su lenguaje, sus ideologí­as y permear en culturas, que si bien logran enriquecerse, corren el peligro de homogenizarse, perder su identidad en permanente construcción.

Esta nueva colonización empezó a mediados del siglo XX, luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando se dio un cambio de registro a nivel global.

La era tecnológica explotó, los medios de comunicación se multiplicaron y revolucionaron la manera de ver el mundo.

A través de ellos, las minorí­as se manifestaron, la realidad se fragmentó, se diversificó. La tierra se convirtió en una aldea, y la inmediatez de la información y la apertura de las sociedades, en unas de sus grandes caracterí­sticas.

Con ellas aparecieron, además, algunos grandes retos: hacer uso de estas herramientas para visibilizar las culturas, fomentar una postura crí­tica para discernir entre la avalancha de información, así­ como humanizar el proceso de globalización que habí­a hecho de la realidad un espectáculo y que amenazaba con llevar a las sociedades a abandonar sus tradiciones con vistas a una universalización.

Retos que continúan vigentes y que aspiran a hacer de la tecnologí­a un instrumento de reivindicación mediante el cual se fomente la diversidad cultural y se propicie un diálogo que fortalezca el conocimiento de “los otros”; moderar las ambiciones lucrativas del mercado, y remarcar la casi invisible diferencia que existe entre informarse y formarse, entre información y conocimiento.

EL CASO DE AMí‰RICA LATINA

De acuerdo con Montiel, el panorama global para el continente americano se plantea alentador. Tomando en cuenta la experiencia que éste ha tenido en el choque de culturas, en el mestizaje, en adoptar elementos de otras sociedades y contribuir con los propios a lo largo de la historia, no solo durante el siglo XVI sino, actualmente, durante la nueva colonización que plantea la constante emigración hacia Estados Unidos.

El reto para nuestras sociedades, pareciera ser la toma de conciencia de toda la riqueza cultural que alberga la región y, al mismo tiempo, conservar cierto grado de resistencia para alcanzar un equilibrio entre la tradición cultural y la universalización que plantea esta nueva era y que atenta directamente contra las identidades.

América Latina es una región cultural. Cuna de civilizaciones, una región lingí¼í­sticamente diversa, que ha aportado al mundo seis Nobeles de Literatura, grandes compositores, intérpretes, ritmos, gastronomí­a, así­ como reflexiones e ideas filosóficas, elementos que puestos al servicio de las relaciones internacionales y del desarrollo compartido constituyen un verdadero poder intangible.

Y se denomina intangible porque no se basa en intereses económicos  ni en el ejercicio del temor, sino, más bien en una serie de elementos que tienen la capacidad de persuadir, en ciertos valores que pueden modificar una conducta determinada.

Este poder se basa en la cultura, las bellas artes, el patrimonio material, las costumbres, ideas y religiones de los pueblos. Prácticas que durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo,  evitaron que  paí­ses como Roma y Parí­s fueran bombardeados.

Riqueza de la que se han valido en la actualidad, paí­ses tan pequeños como Grecia, que ha sabido explotar su pasado histórico, ha logrado el reconocimiento internacional, y ha logrado atraer para sí­ un poder perceptible.

Visibilizar estas posibilidades dentro de las sociedades, fomentar el reconocimiento de la diversidad cultural y la tolerancia como una fuente de poder y desarrollo para la región ha sido la tarea de entidades como UNESCO, que a través de la emisión de varios acuerdos que fortalecen la cultura de los pueblos, pretende hacer que esta se convierta en un elemento fundamental para el desarrollo, y de una prioridad gubernamental a la altura de la salud, la educación o el cuidado del medio ambiente.

A través de ejemplos palpables, y documentos que refuerzan esta postura, El poder de la cultura, de Edgar Montiel, se constituye como un documento importante para comprender las posibilidades de desarrollo que aún no han sido totalmente explotadas, y llama la atención de los gobiernos, los individuos y las sociedades para tomar conciencia de su cultura y colocarla en el lugar que le corresponde.