Los niños en su más tierna edad ya empiezan a ficcionar sobre lo que quieren ser en su vida, algunos dicen que aspiran a ser bomberos, maestros, doctores, ingenieros, futbolistas, bailarinas y un etcétera que usted puede imaginar. Yo, como la mayor parte del mundo quise ser tres cosas según me recuerdo: beisbolista, cura y periodista.
Lo del béisbol nació por la afición de los nicaragí¼enses a ese deporte que le llaman “reyâ€. Es obvio que de tanto ver las Grandes Ligas por la televisión, ir a los estadios con mi papá y tener implementos en casa: guantes, bates y pelotas (también de calcetín, como los pobres), la semilla beisbolera tendría que nacer en mi corazón. Mi primer sueño fue ser un pelotero profesional. Mi fantasía recurrente, ser un primera base o un “left fielderâ€, contratado por los Yanquis de Nueva York, mi equipo favorito en aquel entonces.
Mi segunda aspiración nació cuando cambié el bate y la pelota por la sotana y el crucifijo. Primero me enrolé cantándole a Dios con esa voz blanca de niño que debe adorar Dios mismo en su trono santísimo. Después hice de monaguillo, sirviendo en el altar y fungiendo a veces también de sacristán. Di catequesis y soñé con ser misionero. Suspiraba por ífrica y en ocasiones fantaseaba con la Polinesia, muriendo por Cristo como mártir.
Hice de seminarista, fui religioso, pero también ese sueño se fue al traste. Casi diría que hasta ese momento pertenecí al selecto grupo de los fracasados. Un hombre frustrado que no pudo ser ni un Reggie Jackson ni el Hermano Pedro. Hasta que emergió una aspiración que llevé siempre escondida en mi alma: el de ser periodista. ¿Periodista? Sí, aunque usted no lo crea.
Con esos ánimos, me enrolé en 1996 en un periódico cibernético, uno de los primeros en Guatemala, llamado NOTIGUA. Mis maestros epocales fueron los súper periodistas Amafredo Castellanos y Mario Rivero, mis padres en la fe, perdón, quienes me enseñaron las primeras letras de la profesión. Fueron años de mucho aprendizaje, me enseñaron sin egoísmos y compartieron todo lo que sabían conmigo. Incluso me hicieron profano y conocedor de cantinas y antros de perdición o de encuentro, como se le quiera llamar.
Luego peregriné por Al Día donde tuve vivencias accidentadas, pero también de mucha felicidad con amigos diversos y muy profesionales. De ahí en adelante he estado involucrado con la prensa de muy distintas maneras, pero sobre todo con La Hora, que desde hace mucho tiempo me permite compartir con usted algunas consideraciones para meditarlas juntos.
Ser periodista es una profesión como pocas y un privilegio inmenso. Es una tarea exigente, claro que sí, comprometedora y muy empeñativa, pero también ofrece un gozo y una satisfacción cotidiana que no tiene parangón. Mi saludo a todos los periodistas en su día y les deseo lo mejor. Saludos.