Bajo Jerusalén, una ciudad subterránea cobra forma


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Bajo los atestados callejones y sitios sagrados del viejo Jerusalén, centenares de personas serpentean por los túneles y cámaras medievales y por alcantarillas romanas en una ciudad subterránea invisible para quienes caminan en la superficie.

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Por MATTI FRIEDMAN

Al nivel de la calle, la amurallada Ciudad Vieja es un enclave lleno de energí­a con un paisaje predominantemente islámico y una población mayoritariamente árabe.

El Jerusalén subterráneo es muy diferente: Aquí­ el ruido se desvanece, el fiero sol del Levante desaparece y la única luz proviene de bombillas fluorescentes. Hay un olor a tierra y moho, y la geografí­a hace recordar una ciudad judí­a que existió hace 2.000 años.

Las excavaciones arqueológicas bajo la disputada Ciudad Vieja son asunto de extrema delicadeza. Para Israel, los túneles son prueba de la profundidad de las raí­ces judí­as aquí­, y eso ha hecho de ellos una de las mayores atracciones turí­sticas de Jerusalén. El número de visitantes, mayormente judí­os y cristianos, ha aumentado grandemente en años recientes a más de un millón en el 2010.

Pero muchos palestinos, que rechazan la soberaní­a de Israel sobre la ciudad, ven las excavaciones como una amenaza a sus propios reclamos en la ciudad. Y algunos crí­ticos dicen que ponen un foco exagerado en la historia judí­a.

Un nuevo enlace subterráneo va a ser abierto en unos meses, y cuando eso suceda, habrá más de dos kilómetros de túneles bajo la ciudad. Funcionarios dicen que al menos otro proyecto mayor está en marcha. Muy pronto, quien lo desee podrá pasarse gran parte de su tiempo en Jerusalén sin ver el cielo.

Al sur de la Ciudad Vieja, los visitantes a Jerusalén pueden entrar a un túnel cavado en el lecho de roca por un rey de Judea hace 2.500 años y caminar con el agua hasta las rodillas bajo el barrio árabe de Silwan. A partir de este verano, un nuevo pasadizo será abierto muy cerca: Una alcantarilla que se piensa fue usada por los rebeldes judí­os para escapar de legiones romanas que destruyeron el templo de Jerusalén en el año 70.

Ese túnel de alcantarillas lleva cuesta arriba, pasando debajo de los muros de la Ciudad Vieja, antes de dejar a los visitantes en la superficie junto al recinto rectangular donde una vez estuvo el templo, ahora sitio de la Mezquita Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca.

Desde allí­, a unos pocos pasos está un tercer pasadizo, el túnel del Muro de las Lamentaciones, que continúa hacia el norte desde el lugar sagrado judí­o, junto a piedras cortadas por masones que trabajaban para el rey Herodes y un ancestral sistema de acueducto. Los visitantes emergen junto a la entrada de una antigua cantera llamada la Cueva de Sedequí­as, que desciende bajo el Barrio Musulmán.

El próximo proyecto importante, de acuerdo con la Autoridad de Antigí¼edades de Israel, seguirá el curso de una de las principales calles de la era romana de la ciudad, bajo la plaza de oraciones en el Muro de los Lamentos. Esa ruta, que va a ser completada en tres años, será conectada con el túnel del Muro.

Las excavaciones y el flujo de visitantes existen con un trasfondo de enorme desconfianza entre los judí­os israelí­es y los musulmanes palestinos, que se muestran recelosos de cualquier actividad del gobierno en la Ciudad Vieja y especialmente alrededor del complejo de Al-Aqsa, el tercer sitio sagrado más importante del islam. Los judí­os conocen el complejo como el Monte del Templo, sitio de dos templos destruidos y centro de la fe judí­a durante tres milenios.

Los temores musulmanes han generado episodios de violencia en el pasado: La apertura en 1996 de una nueva salida al Muro de los Lamentos desató rumores entre los palestinos de que Israel planeaba dañar las mezquitas, y decenas murieron en los disturbios que estallaron. En años recientes, sin embargo, los trabajos arqueológicos han transcurrido sin problemas.

Conscientes de que el complejo tiene el potencial de desatar un enorme conflicto, la polí­tica de Israel es no permitir excavaciones allí­. Excavar bajo el Monte del Templo, escribió el historiador Gershom Gorenberg, «serí­a como tratar de descubrir cómo funciona una granada halando la anilla y mirando al interior».

Pese a las garantí­as de Israel, persisten rumores de que las excavaciones están afectando la estabilidad estructural de los sitios sagrados islámicos.

«Yo pienso que los israelí­es están cavando bajo las mezquitas», dijo Najeh Bkerat, un funcionario del Waqf, el organismo religioso musulmán que administra el complejo bajo el control de seguridad de Israel.

Samir Abu Leil, otro funcionario del Waqf, dijo que ha escuchado martilleo bajo las oficinas del Wafq, en un edificio de la era de los mamelucos que está junto al complejo sagrado y directamente sobre la ruta del túnel del Muro de los Lamentos, y que presentó una queja ante la policí­a.

Sin embargo, arqueólogos israelí­es afirman que lo más cerca a una excavación en el monte fue hecho por el propio Waqf: En los 90, el Waqf abrió una nueva entrada a un espacio subterráneo de rezos y vertió montones de escombros y tierra en las afueras de la Ciudad Vieja, causando la ira de eruditos que dijeron que objetos preciosos estaban siendo destruidos.

Recientemente, una agencia del gobierno israelí­ emitió un reporte en el que dijo que los trabajos de construcción del Waqf en el complejo en años recientes habí­an sido realizados sin supervisión y habí­an dañado antigí¼edades. El asunto es considerado tan delicado que los detalles del reporte no han sido dados a conocer.

Algunos crí­ticos israelí­es de los túneles dicen que los mismos son parte de un énfasis exagerado en la narrativa judí­a.

«Los túneles dicen: Estábamos aquí­ hace 2.000 años, y ahora regresamos, y aquí­ está la prueba», dijo Yonathan Mizrachi, un arqueólogo israelí­. «Vivir aquí­ significa reconocer que existen otras historias junto a la nuestra».