La interminable pesadilla de la violencia contra la mujer


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¿Sueños truncados? Puede ser. Más parece un dolor permanente, que no tiene fin; una angustia que acompaña a cada familiar y amigo todos los dí­as tras esa interminable pesadilla de la violencia contra la mujer que ha dejado a tres grandes í­conos: Una mujer de la provincia, la destacada profesional, y la madre amorosa que tiene en común haber encontrado la muerte en manos de quien «las amaba» o de simples “desconocidos”. Tres mujeres que son solo el rostro de esa trágica práctica que a diario enfrentan, muchas veces en silencio, miles de mujeres guatemaltecas.

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ENMA REYES Y JAVIER ESTRADA
lahora@lahora.com.gt

Guatemala es uno de los paí­ses con más altos í­ndices de violencia en la región y en especial, con un matiz machista y opresor, además de que también cuenta con elevadas tasas de impunidad.
 
A la vez, esto hace que la violencia de género sea uno de los fenómenos que a diario se presentan en la vida de las guatemaltecas. Con base en cifras oficiales, Alba Trejo, comisionada presidencial contra el Feminicidio, dijo que hasta el 19 de noviembre de este año habí­an sido muertas de forma violenta 646 mujeres.
 
En la antesala del Dí­a de la No Violencia contra la Mujer se entrevistó a familiares y un amigo de tres mujeres que encontraron la muerte mientras intentaban cumplir sus sueños. 
 
Finalmente los sueños fueron truncados, pero la pesadilla continúa para estas personas que, afectadas por la pérdida de sus seres queridos, ahora exigen justicia y promueven la cultura de prevención para evitar que corra más sangre de mujeres guatemaltecas en la impunidad.
 
“MUCHAS MINDYS”
 
A Elena Donis se le corta la voz cuando tiene que hablar del femicidio de su hija. Mindy Rodas Donis murió con el rostro desfigurado. Su esposo le arrancó parte del tejido muscular de su cara y tiempo después, cuando intentaba recuperarse de ese trauma, fue asesinada.
 
Olvidar o superar esa pérdida es imposible, asegura, pero sí­ ha aprendido a sobrellevarla. Sin embargo, teme que haya “muchas Mindys” en la localidad de Casillas –Santa Rosa–  corriendo la misma suerte que su hija, y que puedan perder la vida porque no se previenen los actos de violencia de género en el paí­s.
 
Recuerda que en una reciente actividad deportiva en la que participó su nieto, una joven se le acercó y le dijo: “Un poquito más y me pasa a mí­ lo de Mindy. Mi marido me corrió (persiguió) con un machete y vaya que no me alcanzó, y si no, me pasa las de ella”.
 
Según Donis, en la conversación descubrió que el agresor de la joven es un familiar del mismo hombre que le arrancó el rostro a su hija. “Yo le pregunté y me dijo que era familia de él”, afirma.
 
Pasados ya varios meses del asesinato de Mindy –su cuerpo fue encontrado en enero de este año–, la madre está consciente que poco puede hacer para recuperarse, pero cree firmemente en que se deben fortalecer las causas que promueven la prevención en la violencia de género.
 
Hace memoria y dice, en tono de reproche, que la familia debe advertir siempre las agresiones, proteger a la ví­ctima y motivar la denuncia. “Yo nunca le puse importancia. Lo que yo le decí­a era «portate bien vos con él (su esposo) y si portándote bien, él te molesta, pues entonces dejalo». Lo dejaba y se iba para la casa, pero no aguantaba estar sin él y regresaba”.
 
Cuenta que en una oportunidad, Mindy viajó junto a su esposo a los Estados Unidos, y allí­ unos familiares se percataron de las marcas causadas por las contusiones en sus extremidades. Los golpes se ocultaban bajo su ropa, pues su esposo la lastimaba de forma estratégica para que sus agresiones no fueran evidentes. Nadie dijo nada.
 
Ahora, Donis paga el alto precio de la inocente indiferencia y despreocupación, pero cree que puede ayudar a más mujeres para que no sufran de igual forma. “Una palabra, una ayuda a tiempo les puede salvar la vida a las mujeres que, como mi hija, reciben malos tratos. No hay que quedarse callados y se debe denunciar”, es su consejo. 
 
SUEí‘O TRUNCADO
 
Emilia Quan Staackmann tení­a metas tan claras como sus convicciones y propósitos. Adonde iba intentaba generar un cambio, pero en general buscaba transformar Guatemala. Con esas ideas, era fácil entender por qué habí­a decidido estudiar sociologí­a. 
Así­ la describe Enrique Juárez, uno de sus mejores amigos, quien le conoció en 1996 cuando iniciaron juntos una etapa de estudios en la Universidad de San Carlos.
 
Pero más que un amigo, Juárez se consideraba un “hermano” de Emilia. Pasaban juntos las Navidades y solí­an conversar frecuentemente sobre sus sueños y proyectos de vida.
 
“Tení­a mucha ilusión”, recuerda. Habí­a conseguido un buen empleo y tení­a ya varios meses trabajando en Huehuetenango, adonde se habí­a mudado para vivir sola en un apartamento.
 
El trabajo parecí­a ir muy bien, pero los sueños de Emilia quedaron truncados el 7 de diciembre de ese año cuando por motivos aún no esclarecidos la secuestraron y asesinaron. 
 
“Nos llamaron a la casa diciendo que habí­an secuestrado a Emilia. La verdad es que al principio no entendí­amos mucho (…) después nos dijeron que aparentemente habí­a sido un robo”, señala Juárez.
 
El cuerpo apareció un dí­a después, el 8 de diciembre, y fue entonces cuando entendió que no volverí­a a ver a Emilia. Sin embargo, a la fecha se desconoce si su muerte está relacionada directamente con su trabajo, “pero queremos saber la verdad y que el hecho no se quede en la impunidad”.
 
Recuerdo que Emilia, dí­as antes de su muerte, estaba muy indignada, porque habí­a visto un asalto. Decí­a “la gente se tiene que levantar y hacer algo en contra de esto, que ya no se puede”.
 
Ahora, sus amigos, que se consideran una familia, realizan un movimiento para exigir a las autoridades que esclarezcan el caso con el afán que no sea uno de los miles que permanecen en la impunidad.
 
“Manejamos mucha indignación. Nos quitaron una amiga, una hermana. A Guatemala le quitaron una profesional valiosí­sima”, dice Juárez. “Es enojoso”, asegura.
 
El movimiento por Emilia realizará actividades especiales durante la segunda semana de diciembre próximo para conmemorar su muerte y honrar su memoria, y a la vez, presionar a la sociedad para que no tolere este tipo de agresiones y no permita que se queden en la impunidad.
 
EN SILENCIO
 
Juan Luis Siekavizza describe a su hija Cristina –desaparecida y muy probablemente asesinada– como una madre muy abnegada, con un entendimiento muy especial del significado de la vida. Tiempo atrás luchó, alrededor de cinco meses, para salvar a su hija Marí­a Mercedes, que habí­a nacido prematuramente, lo que a criterio de su familia la sensibilizó profundamente.
 
“Además, tení­a otras inquietudes, podí­a hacer caligrafí­a artí­stica, trabajaba mucho en la fusión de plantas y en diseño de jardines hasta tuvo la oportunidad de recibir cursos de diseño. Recientemente me entero que tení­a alguna ayuda humanitaria a favor de niños con cáncer. En sí­, esas eran sus actividades; sus dí­as los dedicaba más que todo a la atención de los niños”. ¿Qué clase de vida tení­a la joven madre?
 
Cristina Siekavizza desapareció el pasado 7 de julio de su residencia, sin que hasta el momento se tenga conocimiento de su paradero. En el proceso de investigación, una declaración apunta a que está muerta y un fuerte movimiento social exige que se haga justicia. Roberto Barreda de León, esposo de la ví­ctima, es hasta ahora el principal sospechoso de su desaparición. 
 
Según el padre, Cristina nunca comentó ni alertó a la familia sobre la situación que realmente viví­a con su esposo, quien según las investigaciones que han trascendido en las pesquisas del caso, la agredí­a con violencia fí­sica, emocional y económica “Nosotros nunca vimos nada y es más, nosotros lo hubiéramos notado. Ella tení­a una risa contagiosa y con una personalidad muy alegre, hasta después de casada ella no cambio nada y siguió siendo la misma”, relata.
 
Norma Cruz, directora de Fundación Sobrevivientes –involucrada en el caso–, en un comunicado de prensa señaló que Cristina tení­a una dinámica de mucho control en su vida, no era una mujer que tuviera libertad de actuar, dedicada a su familia, muy reservada y cariñosa con sus hijos. Pero en forma silenciosa sufrí­a como una ví­ctima de agresiones constantes.
 
Ahora, Juan Luis Siekavizza pide que las ví­ctimas de violencia, así­ como lo fue Cristina, que no se queden calladas,  se aboquen a las entidades que se especializan en brindar ayuda y que acudan a sus propias familias para que las defiendan.

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Mujeres asesinadas en 2011 hasta el 12 de noviembre.

“Un poquito más y me pasa a mí­ lo de Mindy. Mi marido me corrió (persiguió) con un machete y vaya que no me alcanzó, y si no, me pasa las de ella”.

“Manejamos mucha indignación. Nos quitaron una amiga, una hermana. A Guatemala le quitaron una profesional valiosí­sima”.

“Nosotros nunca vimos nada y es más, nosotros lo hubiéramos notado. Ella tení­a una risa contagiosa y con una personalidad muy alegre, hasta después de casada ella no cambio nada y siguió siendo la misma”.