Gobernar un país como el nuestro es un tanto más complicado que hacer lo mismo en otras naciones. Las razones son varias. Nuestro país posee rasgos en verdad casi únicos. Una polarización latente y perseverante, falsamente disfrazada de tolerante. Somos una sociedad que entre otras carencias, no posee una sólida cultura democrática y, en consecuencia, los partidos políticos tan solo alcanzan a expresarse como maquinarias electorales.
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Pero más deplorable aún, lo constituye el fenómeno de contar con una élite dominante que se ve a sí misma y así actúa, como propietaria de una finca en la que puede hacer y disponer a su sabor y antojo. De hecho, las raíces mismas de la impunidad que nos rodea parte de una concepción que se puede expresar como: “si el Estado me sirve, es porque yo tengo los medios para hacer que me sirva, si no, no sirveâ€. Gobernar, entonces, se hace más complejo.
El gobernante electo ha lanzado audaces declaraciones en cuanto a su intención de mantener procedimientos de interacción entre el Legislativo y el Ejecutivo, que habrán de tomar posesión el próximo 14 de enero, en el marco de un apego a la ética. La audacia lo constituye precisamente el hecho de que estas declaraciones se enfrentan al diseño de todo el andamiaje jurídico de nuestro país, elaborado precisamente para no funcionar con probidad o con “transparenciaâ€, como suele acuñarse hoy de manera generalizada para señalar que “algo†dentro de lo público, se desenvuelve en lo legal y deontológico, es decir dentro de lo moralmente correcto, porque así está normado o regulado.
Pareciera que los desafíos a los que tendrán que enfrentarse las futuras autoridades, implicará que tendrán que apreciar con particular atención las reglas de un juego en el que tendrán que demostrar toda su habilidad, destreza, maestría, experiencia y laboriosidad, o sea su arte de gobernar, para poder salir airosamente de los sendos obstáculos a los que se enfrentarán. En tanto las reglas sean las mismas que en su momento permitieron a los ahora futuros gobernantes entrampar agendas, obstaculizar y detener procesos, siguen siendo las mismas que utilizarán sus futuros adversarios. No se olvide que aquí la “política†se maneja desde posiciones egoístas y confrontadas permanentemente.
Indudablemente que esta situación no puede continuar de esa manera. De hecho, desde mayo o junio de 2004 a la fecha, la interacción entre los organismos Ejecutivo y Legislativo, no es la más afortunada para el país. Además se está “construyendo†una “presa†social que amenaza con romperse en cualquier momento y anegar todo el sistema político. Proceso éste que de manifestarse alcanzará el ámbito económico y sus consiguientes secuelas en lo social. El círculo se manifiesta vicioso desde ya.
No me atrevo a anticipar en este momento cuánto tiempo durará esa enérgica y aplaudida posición del Presidente electo. Por el futuro inmediato del país, esperaría que pudieran entenderse razones y no únicamente intereses frente a los planteamientos del electo en su condición de futuro representante de la “unidad nacionalâ€. Si se logran superar los actuales estadios de mezquindad y negligencia ante los apremios de orden nacional, el panorama se pinta lleno de dificultades, pero también de posibles satisfacciones para que en efecto se produzca un ambiente de gobernabilidad y eficiencia. Si los consejeros del próximo presidente están compenetrados de las incidencias y consecuencias de las recomendaciones brindadas y evidentemente adoptadas, uno de los pasos inminentes será el planteamiento de una reforma constitucional, que no es el único, pero probablemente el más trascendental. Si tal no se plasma, pronto veremos un retroceso en medio de esta atmósfera de festejo tan celebrado por el numeroso séquito de seguidores urbanos. ¿Se tendrá luego la madurez para enfrentar el desafío adicional que se producirá cuando se manifieste la frustración por no poder alcanzar lo ofrecido? Las expectativas son enormes. Las posibilidades no son infinitas pero ahí están. Las próximas horas de esta semana serán cruciales para percibir si en efecto se poseen las habilidades, destrezas, maestrías y laboriosidades propias del arte de gobernar.