A no ser que las universidades tengan cursos de vacaciones, que suelen ser largas, precipitadas y cansadas –se llega hasta la Navidad y el Año Nuevo–, los demás centros de estudios superiores recién terminan clases, permitiendo a los estudiantes un respiro merecido y a algún estudiante distraído y poco disciplinado, la frustración por el tiempo perdido.
Los profesores todavía tienen trabajo, hay mucho qué corregir y reuniones de formación permanente (algunas universidades invitan a los docentes a una reflexión pedagógica de lo actuado en el año o a proponer mejoras en las técnicas didácticas para el futuro). El caso es que ha llegado el momento de cambiar de actividad y la posibilidad de dedicarse a lecturas diversas: literatura, historia, filosofía, etc. O a ver las muchas películas que de repente se quedaron rezagadas y que urge ver para sacar ventaja de ellas.
La vida docente no se detiene, los maestros tienen la obligación todo el tiempo de formarse para brindar lo mejor a los estudiantes. Quien enseña casi tiene el deber de saber un poco de todo, vale muy poco en la actividad académica justificarse diciendo que eso que se pregunta no se sabe responder porque “no es campo de su formación profesionalâ€. El maestro debe conocer al menos nocionalmente muchas cosas de las áreas del campo científico. Y es bastante complicado hacerlo.
Tanta responsabilidad en el ámbito del conocimiento, a veces es abrumadora. De aquí que se vean profesores invirtiendo la mayor parte del tiempo en libros, revistas, manuales y cuanto documento se obtenga de la inmensa red. El buen profesor es bibliófilo de antología, caníbal de papeles, ratón de biblioteca, navegador supremo. Su corazón va al ritmo de las páginas que consume a diario. No sé si esa pasión existe en otros ámbitos profesionales, pero en este oficio es marca registrada.
Esto no quiere decir que quien enseña no tenga momentos de sosiego. No es cierto. El buen maestro sabe dosificar su vida, no es imbécil. También sabe visitar países (si puede), conocer otras culturas –que en Guatemala es relativamente fácil–, cotejar la suya propia y, sobre todo, encontrar en la conversación con los otros una delicia por la que se accede al corazón humano. El docente es un fanático del misterio y nada más insondable que el alma humana.
En este tiempo de vacaciones, no me cabe la menor duda que los docentes cambiarán sus libros para hacer una inmersión total en el corazón de los hombres. La experiencia con el espíritu permite aproximaciones que pueden aportar a la profesión propia como a la vida misma. Es ese misterio el que entretiene al psicólogo, filósofo, teólogo y hasta al sociólogo. Menos, al economista –que lo analiza tangencialmente– y al agrónomo que se solaza en los misterios de la tierra.
Irse de vacaciones es abandonar voluntariamente los temas habituales: la política por ejemplo. Renunciar a ello no significa desinterés, sino reconocer su importancia. Al ser un tema relevante y de trascendencia, es necesario respirar aire puro, tomar distancia y purificar los pulmones. Empecemos, entonces, las vacaciones y unámonos a tantos estudiantes que ahora los escucho gritar de alegría por los corredores de la universidad.