Las extraordinarias obras musicales de Dvorak


celso

En la columna de este sábado, seguiremos con la impronta de la vida musical de Antoní­n Dvorak que también es un homenaje a Casiopea, esposa dorada, quien navega en mi sangre como prolongada esperanza de pájaros, llenando de emociones el cruce donde se va regando el acendrado corazón de trigo y la ternura de nuestra vida cotidiana.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela

 


Diremos entonces, que después del gran suceso que causó el éxito de las primeras audiciones de su obra, siguió escribiendo varias composiciones importantes, como las Sinfoní­as n°. 3 y n°. 4, la Sonata para violí­n en la menor y la Rapsodia para orquesta en la menor.   Al cumplir 33 años obtuvo una beca de la Universidad de Viena, que habitualmente sólo se concede a jóvenes músicos que precisan de ayuda económica.  Entre los miembros del jurado que otorga el premio se hallaba Johannes Brahms, quien queda sorprendido ante los rasgos de  talento que Dvorak evidenciaba.
   
La beca, que será la primera de una serie de cuatro, consistí­a en una pensión de 400 florines anuales, los cuales, añadidos a los 120 que recibí­a en la iglesia de San Adalberto, permiten a Dvorak una mayor libertad en su trabajo y le proporcionan el apoyo necesario para la progresiva evolución de su carrera artí­stica.
   
 En 1875, Dvorak compuso la Sinfoní­a n°. 5 en fa mayor, obra que dedica al director Hans von Bí¼low, por entonces en la cima de su fama internacional.  Bí¼low, al recibir la partitura, demuestra un gran interés por conocer la obra del checo.  Poco después declararí­a:  “Dvorak es, junto a Brahms, el más grande compositor de la época”.

 Sin embargo los esposos  Dvorak debieron afrontar una terrible prueba entre 1874 y 1876: los tres hijos que Ana logró concebir fallecieron a los pocos dí­as de haber nacido.  La pérdida más reciente, una niña que muere al cumplir los dos meses, motiva a Dvorak la composición de la obra coral Stabat Mater, inspirada en un poema del medioevo, original de Jacopone da Todi.

El músico logró sobreponerse al dolor que le causaron estas desgracias, ya que el trabajo intenso le impide tener ocioso el pensamiento.  En 1877 concluyó los Dúos moravos para dos voces femeninas y piano, obra que merece los mayores parabienes de su buen amigo Johannes Brahms, quien escribe a su editor Sinrock, recomendando la publicación de los Dúos, lo que se produce a las pocas semanas.  En toda la Europa musical no se hablaba de otra cosa que de la música de Antoní­n Dvorak.

 Londres acogió sus Variaciones sinfónicas con grandes elogios.  El director de la versión inglesa, Hans Richter, ofrendó las gracias públicamente a Dvorak por haber compuesto una obra tan extraordinaria.  No faltan tampoco los inevitables oportunistas que acuden al músico enarbolando la bandera de antiguas amistades y relaciones de juventud, buscando, sin duda, el mezquino protagonismo de unos instantes junto al “maestro”.

Pero la existencia de Dvorak sigue su curso habitual, sin que apasionados elogios ni honores internacionales consigan hacer mella en el carácter reposado y modesto del compositor.  Es bien conocida la anécdota que nos relata cómo Eduard Hanslick, el prestigioso crí­tico vienés, intentó sin éxito, que Dvorak se trasladara con su familia a tierras austriacas:  En efecto, parece ser que Hanslick puso a disposición del compositor checo una lujosa casa en Viena, con todo tipo de comodidades para facilitar el trabajo de Dvorak en la capital austriaca.  Pretendí­a el crí­tico que Dvorak compusiera una gran ópera al estilo alemán, con el fin de terminar con la hegemoní­a de Wagner, Weber y los maestros italianos en los escenarios europeos.   

Como ya hemos relatado, Dvorak no se avino a dejar su paí­s natal, por el que sentí­a un profundo amor, como lo demostró a lo largo de toda su vida.  Así­, a mediados de 1880, el compositor adquiere una pequeña villa en Vysoká, a unos 150 kilómetros de Praga, donde pasa los veranos descansando, componiendo y ocupándose de las palomas que adiestra y enví­a a diferentes partes del mundo.

En 1884, Dvorak presenta y dirige la orquesta que estrena en Londres su Stabat Mater.  Este serí­a el primero de los nueve viajes que realizó a las islas británicas, recibiendo en todos ellos especial predilección por la obra del músico checo.

Unos años más tarde, en 1891, la Universidad de Cambridge otorgó a Dvorak el tí­tulo de doctor honoris causa; como tesis de presentación, Dvorak escogió su Octava Sinfoní­a y el ya famoso Stabat Mater. Este acontecimiento enlaza con la visita del compositor a tierras rusas, en una gira organizada por Tchaikovsky.  De nuevo el éxito de la serie de conciertos que se ejecutan en San Petersburgo y Moscú es indescriptible.