Paso a la muerte silenciosa


Oscar-Clemente-Marroquin

Si en un colapso del sistema de salud se cierra la emergencia de los hospitales, los responsables tendrí­an al dí­a siguiente las fotos o tomas de televisión en las que aparecen los cadáveres de las ví­ctimas de la irresponsabilidad de los funcionarios, médicos y paramédicos que provocaron la crisis. En cambio, cuando cierran la consulta externa, las ví­ctimas regresan a su casa y si alguien muere lo hace sin escándalo, sin que el hecho pueda ser recogido por la primera plana de los medios de comunicación.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

 


Pero tan mortal, o tal vez más, puede ser el cierre de la consulta externa que el cierre de una emergencia si nos referimos a la cantidad de pacientes que son ví­ctimas de la irresponsable actitud que llevó al paro de las labores. El pasado lunes, la hermana de un trabajador nuestro fue trasladada desde el hospital de Amatitlán al Roosevelt para que la evaluaran porque sufre de una deficiencia renal severa. La regresaron a Amatitlán porque no la pudieron atender y su familia, desconsolada, recurrió a nosotros para que un médico particular la evaluara. Así­ se hizo y le dieron un agresivo tratamiento por la gravedad de su mal, pero cuánta gente no tiene esa facilidad para buscar la salud perdida y depende, por su situación económica, de lo que le puedan hacer en la consulta externa de la red hospitalaria.

Esa mujer puede sufrir consecuencias graví­simas por su mal, puesto que si no responde al tratamiento que ayer se le inició, el médico dijo que tendrí­an que iniciar diálisis y no habí­a que descartar hasta la necesidad de un trasplante de riñón. Casos como ese hay por montones diariamente en las consultas de los hospitales y por ello es que resulta graví­sima esa falta de solidaridad con los más pobres. Para qué jocotes tanto hablar y llenarse la boca de que este gobierno ha establecido la gratuidad si los servicios no se prestan. Pero, por supuesto, a la hora de comprar las medicinas, desde el Presidente hasta el último de los encargados se ponen firmes porque para ello siempre habrá dinero, aunque las medicinas no lleguen a los pacientes porque lo que importa y cuenta es la comisión que deja untadas las ollas de una partida de largos que lucran con las necesidades de la población.
 
  Si hay que ponerle nombre y apellido a las muertes causadas por la corrupción se puede hacer, aunque no sean muertes tan escandalosas como las que ocurrirí­an si paralizan el servicio de emergencia de la red hospitalaria o si suspenden las operaciones que tienen que realizarse. En esos casos el cadáver queda allí­ como testimonio ineludible de la criminal actitud de las autoridades, pero cerrando la consulta externa los muertos se producirán lejos de las cámaras, lejos de donde puedan ser fácilmente identificados como muertos por culpa de un funcionario ladrón.

Por eso es que indigna tanto el manoseo que se ha hecho con los recursos públicos y la corrupción que de manera constante y silenciosa marca el destino de la administración pública. Ojalá que casos como estos sean tomados en cuenta por Francisco Arredondo y por el mismo Otto Pérez Molina, porque no es posible que para quedar bien con los financistas, con los que se hartan a costillas de la miseria del pueblo, con los que desví­an el dinero público para hacerse imagen como pasó descaradamente en este gobierno, vivan tranquilos sabiendo que sus actos tienen consecuencias aunque únicamente fuera en la suerte de un paciente.
 
  Y nuestra gente, sumisa, no tiene con quién quejarse y ante quién expresar su frustración. Vuelven a sus hogares con los mismos males, con agravamientos causados por la indiferencia de los sinvergí¼enzas y si no mueren, quedan para siempre marcados por esa falta de atención.