La Universidad del Estado de Pennsylvania es una de las más prestigiosas de los Estados Unidos. Reconocida por sus aportes en investigación, tema que es fundamental para elevar el prestigio de las universidades, Penn State tiene además uno de los programas atléticos más destacados y su equipo de futbol americano tiene miles de seguidores.
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Esta semana reventó un escándalo de enormes proporciones porque trascendió que uno de los entrenadores del equipo de futbol americano violó a varios niños en las instalaciones del equipo y los hechos fueron encubiertos durante más de doce años por autoridades del programa atlético y seguramente por autoridades de la misma Universidad. El prestigio de Penn State estaba en juego y en vez de actuar para sancionar al agresor, ese torpe “espíritu de cuerpo†hizo que otros entrenadores y autoridades, conspiraran para mantener oculta la información y evitar así el escándalo, aun a riesgo de que otros niños pudieran sufrir violaciones.
Obviamente la prensa ha centrado su atención en el problema generado por Jerry Sandusky y los estudiantes de la universidad y sus autoridades se han sentido agredidos. Una reacción idéntica a la que adoptan muchos católicos, tanto fieles como miembros de la jerarquía, cuando se habla de los escándalos de abuso sexual cometido por religiosos.
La verdad es que la pederastia es un crimen despreciable que tendría que provocar siempre reacciones indignadas y un verdadero escándalo porque se dirige contra niños inocentes que son abusados por personas que ejercen sobre ellos algún tipo de autoridad o influencia. Tapar la pederastia para “preservar†el prestigio de una universidad o una Iglesia es el peor error que se puede cometer, sobre todo cuando esa tapadera significa en buena medida dejar que el o los agresores puedan seguir seleccionando nuevas víctimas para saciar sus bajas pasiones, término pocas veces tan justamente aplicado.
Ahora que veo las reacciones de las autoridades y de los alumnos de Penn State tras la destitución del exitoso, popular y legendario entrenador Joe Paterno, pienso que muchos católicos debiéramos comparar lo que está ocurriendo con lo que pasó en nuestra Iglesia, porque no puede existir ninguna tolerancia ni ante un degenerado como Sandusky ni ante quienes se hicieron de la vista gorda y no denunciaron criminalmente aun cuando tuvieron conocimiento de testigos que vieron a ese individuo abusar sexualmente de un niño de diez años en las regaderas de las instalaciones deportivas.
El escándalo no es la noticia, sino el hecho mismo del abuso sexual. La Iglesia y Penn State no ven afectada su imagen por la noticia, sino por el hecho que genera la noticia y eso es lo que no entienden las autoridades de ambas instituciones que terminan culpando a la prensa de armar un escándalo, sin aceptar que el escándalo lo armaron los pederastas. Y, peor aún, el escándalo se magnifica porque autoridades que debieron poner remedio a la situación se hicieron los babosos, para no hacer escándalo, dejando que otros niños sufrieran vejámenes que les marcarían para el resto de sus días. Muchas de las víctimas de los abusadores sufren tanto que terminan quitándose la vida porque no pueden cargar con el peso de la agresión.
Estoy seguro que cuando vemos lo ocurrido en una Universidad, los católicos nos indignamos y nos preguntamos cómo es posible que las autoridades callaran, que mantuvieran un secreto que alentó al violador y perjudicó a las víctimas. Vemos el problema desde una perspectiva diferente porque no nos sentimos agredidos por nadie con la publicación de esta noticia, situación distinta a la que provoca reacciones tan absurdas como las de muchos fieles y de muchos curas, obispos, cardenales y papas, cuando el escándalo nos salpicó a nosotros.