Recientemente en el marco de la última reunión del G-20 en Cannes, el Presidente francés Nicolas Sarkozy enfureció a los gobernantes y funcionarios diplomáticos de Panamá y Uruguay. Todo el revuelo fue porque Sarkozy acusó públicamente a los dos estados americanos de ser paraísos fiscales. Me parecieron ridículos los comentarios de Sarkozy porque veladamente muestran la posición moralista absurda de los miembros del club de los países ricos. No debemos olvidar que al fin y al cabo son políticos los dirigentes de esta clase de grupos y como estadistas natos tienden a dictarle al mundo entero qué está bien y qué está mal con una arrogancia descomunal. Pero debo de confesar que más ridícula aún encontré la reacción de los diplomáticos panameños defendiéndose de algo de lo que no debieran y mostrando cierta vergí¼enza de lo que no debería de causar más que orgullo.
Los benditos “Paraísos Fiscalesâ€, que dicho sea de paso no son más que Estados que mediante su marco regulatorio conceden ventajas fiscales y de privacidad a los capitales importados, han sido satanizados por los políticos de los países desarrollados y el mainstream media le ha hecho las veces de caja de resonancia. El problema es claro y pocas veces explicado, pero haré mi mejor esfuerzo.
En la aldea global actual los capitales están en la constante búsqueda de la sobrevivencia y la eficiencia, de esa cuenta es que vemos inversiones canadienses en Guatemala o guatemaltecas en la India, capitales van y vienen por todo el mundo moviéndose de un lado a otro con impresionante velocidad y agilidad. Los dueños del capital son ágiles malabaristas de la seguridad y el riesgo, los rendimientos y la estabilidad, la apuesta y la prudencia. Entre las muchísimas variables que consideran antes de invertir su capital están las de los aspectos fiscales y las de la seguridad de su información. Pues bien, los llamados paraísos fiscales suelen ofrecer a los inversionistas condiciones bastante favorables para depositar su capital y constituir sus entidades.
Lo que los países miembros del G-20 están haciendo es ejerciendo la presión de una especie de cártel fiscal que trata con toda clase de excusas alinear a todos los países del mundo bajo lo que ellos creen son políticas fiscales moralmente apropiadas. Ejercen esta presión porque los políticos integrantes del G-20 han entendido que si no utilizan el chantaje y la extorsión política estos territorios amenazan con llevarse una buena parte de los clientes. Los Estados benefactores necesitan tener inversiones para poder cobrar impuestos y seguir alimentando el modelo socialista y clientelar de tal manera que han logrado crear una impresión popular equivocada de los paraísos fiscales. La verdad es que todos los habitantes del mundo le debemos muchísimo más de lo que creemos a los paraísos fiscales porque en el cada vez más restringido mercado fiscal mundial estos paraísos nos ofrecen mejores condiciones fiscales que los tradicionales y por lo tanto han contribuido a bajar las cargas fiscales promedio del mundo entero.
Los Estados Unidos y la UE son además bastante hipócritas en su juicio moral porque ellos saben muy bien cómo se volvieron potencias mundiales, y los ejemplos aún están frescos y vivitos, Mónaco, Liechtenstein, Luxemburgo, Delaware, Suiza y algunos territorios británicos son solo ejemplos de la prosperidad que se puede alcanzar con políticas fiscales favorables. Claro que siempre habrá terroristas y políticos corruptos que usen estos territorios para guardar el dinero proveniente de sus deleznables actos ante lo que cabe preguntar, ¿Valdrá la pena condenar a los paraísos fiscales por recibir los depósitos y guardar la identidad de sus cuentahabientes? ¿O será que lo que debemos hacer es mejorar nuestros sistemas judiciales y poder perseguir y encarcelar a los que comenten esos delitos? De hecho el delito de lavado de dinero se comete si y solo si se ha cometido un delito previo, por lo que me parece que lo correcto sería perseguir a los delincuentes y no a todo aquel que deposita, compra o vende.
El resultado final de la gloriosa existencia de los paraísos fiscales son mejores rendimientos del capital, más inversiones, más empleos, mayor desarrollo y menos dinero manejado por los corruptos e ineficientes gobiernos. Panamá y Uruguay lo saben muy bien y lejos de pedir explicaciones o sentirse ofendidos debieran de gritar a los cuatro vientos que efectivamente son un paraíso fiscal para seguir su exitosa carrera al desarrollo.