Paraí­sos Fiscales


john-carrol

Recientemente en el marco de la última reunión del G-20 en Cannes, el Presidente francés Nicolas Sarkozy enfureció a los gobernantes y funcionarios diplomáticos de Panamá y Uruguay. Todo el revuelo fue porque Sarkozy acusó públicamente a los dos estados americanos de ser paraí­sos fiscales. Me parecieron ridí­culos los comentarios de Sarkozy porque veladamente muestran la posición moralista absurda de los miembros del club de los paí­ses ricos. No debemos olvidar que al fin y al cabo son polí­ticos los dirigentes de esta clase de grupos y como estadistas natos tienden a dictarle al mundo entero qué está bien y qué está mal con una arrogancia descomunal. Pero debo de confesar que más ridí­cula aún encontré la reacción de los diplomáticos panameños defendiéndose de algo de lo que no debieran y mostrando cierta vergí¼enza de lo que no deberí­a de causar más que orgullo.

John Carroll

 


Los benditos “Paraí­sos Fiscales”, que dicho sea de paso no son más que Estados que mediante su marco regulatorio conceden ventajas fiscales y de privacidad a los capitales importados, han sido satanizados por los polí­ticos de los paí­ses desarrollados y el mainstream  media le ha hecho las veces de caja de resonancia.  El problema es claro y pocas veces explicado, pero haré mi mejor esfuerzo.
 En la aldea global actual los capitales están en la constante búsqueda de la sobrevivencia y la eficiencia, de esa cuenta es que vemos inversiones canadienses en Guatemala o guatemaltecas en la India, capitales van y vienen por todo el mundo moviéndose de un lado a otro con impresionante velocidad y agilidad. Los dueños del capital son ágiles malabaristas de la seguridad y el riesgo, los rendimientos y la estabilidad, la apuesta y la prudencia.  Entre las muchí­simas variables que consideran antes de invertir su capital están las de los aspectos fiscales y las de la seguridad de su información.  Pues bien, los llamados paraí­sos fiscales suelen ofrecer a los inversionistas condiciones bastante favorables para depositar su capital y constituir sus entidades.
Lo que los paí­ses miembros del G-20 están haciendo es ejerciendo la presión de una especie de cártel fiscal que trata con toda clase de excusas alinear a todos los paí­ses del mundo bajo lo que ellos creen son polí­ticas fiscales moralmente apropiadas.  Ejercen esta presión porque los polí­ticos integrantes del G-20 han entendido que si no utilizan el chantaje y la extorsión polí­tica estos territorios amenazan con llevarse una buena parte de los clientes.  Los Estados benefactores necesitan tener inversiones para poder cobrar impuestos y seguir alimentando el modelo socialista y clientelar de tal manera que han logrado crear una impresión popular equivocada de los paraí­sos fiscales.  La verdad es que todos los habitantes del mundo le debemos muchí­simo más de lo que creemos a los paraí­sos fiscales porque en el cada vez más restringido mercado fiscal mundial estos paraí­sos nos ofrecen mejores condiciones fiscales que los tradicionales y por lo tanto han contribuido a bajar las cargas fiscales promedio del mundo entero.
Los Estados Unidos y la UE son además bastante hipócritas en su juicio moral porque ellos saben muy bien cómo se volvieron potencias mundiales, y los ejemplos aún están frescos y vivitos, Mónaco, Liechtenstein, Luxemburgo,  Delaware, Suiza y algunos territorios británicos son solo ejemplos de la prosperidad que se puede alcanzar con polí­ticas fiscales favorables.  Claro que siempre habrá terroristas y polí­ticos corruptos que usen estos territorios para guardar el dinero proveniente de sus deleznables actos ante lo que cabe preguntar, ¿Valdrá la pena condenar a los paraí­sos fiscales por recibir los depósitos y guardar la identidad de sus cuentahabientes? ¿O será que lo que debemos hacer es mejorar nuestros sistemas judiciales y poder perseguir y encarcelar a los que comenten esos delitos? De hecho el delito de lavado de dinero se comete si y solo si se ha cometido un delito previo, por lo que me parece que lo correcto serí­a perseguir a los delincuentes y no a todo aquel que deposita, compra o vende.
El resultado final de la gloriosa existencia de los paraí­sos fiscales son mejores rendimientos del capital, más inversiones, más empleos, mayor desarrollo y menos dinero manejado por los corruptos e ineficientes gobiernos.  Panamá y Uruguay lo saben  muy bien y lejos de pedir explicaciones o sentirse ofendidos debieran de gritar a los cuatro vientos que efectivamente son un paraí­so fiscal para seguir su exitosa carrera al desarrollo.