ENTRE LOS HIERROS RETORCIDOS. Los hierros son piezas irreconocibles de un automóvil destruido en accidente, algunos con raspones de pintura, que se doblan o encorvan más de una vez por el encuentro violento contra otro vehículo o contra un muro, o por caída a profundo barranco. Los hierros retorcidos ejercen durante un tiempo tenso como máquinas de tortura o a manera de dagas mortales que atraviesan la carne inerte o todavía palpitante. Los hierros retorcidos, de formas lacerantes, chorreantes de sangre, ignoran su protagonismo en la crónica lineal de la tragedia cotidiana. A algunos hierros retorcidos, fríos al dolor, no los endereza nadie y yacen bajo la Luna en mudo remedo de espasmos y estertores.
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RECORDACIí“N PERDIDA. A uno le gusta creer (un gusto abatido) que con otros políticos, con los que fueron desaparecidos, asesinados o ejecutados de forma extrajudicial durante los gobiernos paramilitares como parte del hostigamiento institucional contra la dignidad, la idoneidad y la inteligencia, con esos hombres y mujeres, si los hubiesen dejado vivir, seguramente nuestra historia reciente sería otra muy distinta. Es decir, esa reiterada perogrullada implica que los últimos ocho gobiernos no habrían sido virtuales basureros continuadores de los fraudulentos y represivos. Claro, ahora uno se da cuenta que aquellos dirigentes ejemplares –políticos profesionales, sindicalistas, campesinos, estudiantes, escritores—tenían que ser eliminados como parte del secuestro de la democracia, del terrorismo de Estado y de la defensa de los privilegios ancestrales, porque eran una anomalía y una excentricidad dentro del viejo (actual) sistema.
Pero recordarlos es solo parte de la memoria histórica, un exorcizar el acechante olvido, sobre todo cuando seguimos contemplando impotentes e inermes la basura entronizada a lo largo de más de dos décadas, usurpando calidades democráticas porque supieron cómo allanarse el camino. Más el desaliento de reconocer que aquellos ciudadanos “antisistema†no dejaron semilla ni raíces visibles, que nadie ha seguido su ejemplo (salvo dos o tres excepciones esforzadas), que con ellos murió algo más, mucho más.
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Hay males que duran quinientos años y pueblo que los aguanta porque ese pueblo es la materia prima para la duración de dichos males.
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La esperanza es lo último que muere porque antes nos moriremos todos. (Benzoato de Antimonio, siglo IV a. C.)