Cultivar otro tipo de relación


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Cuando se habla que las personas son –o somos– seres sociales, habitualmente olvidamos que la sociabilidad no se reduce a lo estrictamente humano.  El ser social también incluye las relaciones con el mundo, las cosas, los animales y… también con Dios.  Cierto, no todos cultivan ese modo de contacto sui generis, pero hay algunos que sí­.

Eduardo Blandón

 


Veamos a los cristianos.  Ellos cultivan intensamente, como todo acto social, un diálogo enamorado con Dios.  El creyente conversa con Dios, se dirige a í‰l adorándolo, rindiéndole pleitesí­a, alabándolo y pidiéndole bendiciones.  Es una relación que para los cristianos es fecunda: concede paz, serenidad y fortaleza.
 
            El creyente ora.  Suplica a Dios constantemente.  Quizá de aquí­ venga la palabra “orar”: Rendirse a Dios “todo el tiempo”, a toda hora.  No en balde los monjes llamaban a su libro de oración “Liturgia de las horas”.  El religioso se acostumbraba a adorar a Dios en todo momento, por eso hací­a “Laudes”, por la mañana; “Ví­speras”, por la tarde; y “Completas”, por la noche.  El precepto del hombre de Dios era “ora et labora”: “reza y trabaja”.
 
            El opus Dei, me parece, no se reducí­a al trabajo manual, sino a la obra creadora inspirada en Dios. “Ya comas, ya bebas, decí­a el texto bí­blico, haz todo en nombre del Señor”. Para el cristiano el hacer era una forma de glorificar a Dios. La obra tení­a un sentido: “Ad maiorem Dei gloriam”.
 
            Esa certeza de Construir el Reino era lo que exigí­a hacer el trabajo de buena manera. Por eso los jesuitas hablaban del “Magis” y los salesianos del “Ad astra”. Hacer las cosas de la mejor forma posible era una mí­stica que exigí­a sacrificio, esfuerzo y dedicación, mucha disciplina. Siempre ir más allá (Magis), hacia las estrellas (Ad astra).  No era un trabajo de dimensiones horizontales, sino de tipo trascendente. Las cosas son un medio para llegar a otra realidad superior.
 
            En cierta ocasión, san Juan Bosco fatigado por el trabajo, cansado y exhausto, se quiso quejar con su madre, Margarita, por las desventuras de la vida cotidiana, y ésta, de manera sabia, le señaló el Crucifijo, la Cruz. í‰ste comprendió y, según sus biógrafos, nunca volvió a quejarse. Esto es lo que hacen los creyentes, los cristianos, cuando se sienten desfallecer, ven al crucificado y toman respiro y estí­mulo para seguir el camino.
 
            Creo que los cristianos nos enseñan, así­ como también los hombres religiosos de cualquier denominación, que existe una realidad superior en la que debemos confiar. Es tiempo de renovarnos espiritualmente e ir más allá del goce terreno de los bienes materiales. Quizá es momento de ver la Cruz y reempezar nuestras vidas desde otro ámbito. Quien quita que lo divino nos ayude a ser más humanos. Quizá y hasta sea el mejor negocio de nuestra vida.