El desfile inevitable hacia la muerte, causante de tristeza, doblega el estado anímico. Doy el último adiós al profesor Edgar Ralda Escalante, acaecido el 28 de octubre, en su propio terruño, Salamá, Baja Verapaz. Sentida consternación a sus familiares por el deceso de un compañero becado, integrante de la Segunda promoción del Instituto cobanero, interno.
Connotado e inquieto alumno en diversos aspectos de mayúsculo interés. En las lides del intelecto es motivo poderoso enfatizar que la autoría de la letra del himno del plantel norteño es de su numen. Desde los inicios participó en las ramas de verso con inspiración y de prosa elegante como de estilo especial. Destacó en todas las asignaturas del plan vigente.
Constestatario en períodos de clase, siempre dispuesto a llevar a cabo el análisis correspondiente; no conformista a las actitudes mayoritarias, en el sentido de metodologías tipo bancario de parte del grupo de catedráticos de la vieja guardia, excepciones de mérito las hubo y conservamos en la memoria, auténticos paradigmáticos que forjaron y sembraron simientes.
Original en su cotidianidad, pese a la sencillez, su par inquebrantable y digno de seguimiento, justo en la época adolescente, que a juicio del doctor y ex presidente de la República, educador Juan José Arévalo, significa evasión y retorno. Hoy, cabe hilvanar en volandas quizás los presentes renglones a modo de añoranzas en fuga virtual, rumbo hacia lo ignoto.
De mediana estatura, lento al hablar, sencillo en el trato; amable y servicial en medio de sus posibilidades. Pero de encendido discurso en ocasiones memorables; convencido que tenía sobrados motivos de expresar sus puntos de vista en apoyo al tema invocado. Persona de bien, algunas veces considerado ser necio, pero no terco; finalmente dijo hacerlo como un ejercicio.
Hizo plurales amigos, sobre todo entre los internos fundadores al crearse las propias partidas presupuestarias, los tuvo en plan de confraternidad, lo digo yo que también estudié gozando de beca ganada en el concurso de rigor. Lo evidenció en la comunicación oral, fruto de los ajetreos epocales inolvidables, máxime con el paso del tiempo que deja huella palpable.
Los provincialismos nunca lo abandonaron, aun en el espacio que vivió y laboró en carácter de contactólogo, propietario de una empresa ubicada en el área de la llamada Plaza Barrios, ciudad de Guatemala. Atento y muy consciente de coadyuvar con la clientela que buscaba sus servicios. Pero hoy somos y mañana no, debido al ciclo vital precisamente establecido.
A veces enojado perdió la paciencia, pero antes de irse a las manos con el adversario solía referirse con cierto dejo llamándolo: “criaturitaâ€, “no venga con remilgos pues le saldrá el tipo por la culataâ€. Estos pasajes en años estudiantiles lejanos por cierto y también en lo laboral.
No puede dejarse en el olvido el hecho que otra característica significativa de su personalidad fue poseer reflejos verdaderamente felinos, dignos de admiración. A nivel diario institutero en diversos momentos y circunstancias, inclusive en el área deportiva. En el popular deporte del balompié jugó en el equipo de sus amores, el denominado Tezulutlán.
Cuando estábamos en el último año de magisterio su relación con el director de esa época tuvo verdaderos altercados, mismos que lo obligaron a tomar la decisión de conseguir un traslado al Instituto Normal de Varones de Oriente (INVO), a la altura ya avanzada del ciclo escolar, a punto de realizar las también recordadas prácticas docentes en una escuela oficial.
Para conseguir ese objetivo, toda una empresa de romanos, le dirigió un memorial al presidente Arévalo, rogándole sus buenos oficios a fin del traslado en cuestión. Fue el primer adiós que sus compañeros le dijimos, con nuestros mejores deseos por el éxito deseado. Así fue, allá en el oriente, la Ciudad Madre y Maestra, concluyó los estudios de la carrera.