Los mundos de César Izquierdo


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Resulta difí­cil resumir los logros de un artista que, como César Izquierdo (Santa Cruz del Quiché, 1937), no ha dejado de producir durante más de medio siglo. Sus cuadros, no importa que los haya hecho en su juventud o en su adultez, tienen ahora un aire definitivo y conforman lo que propiamente puede llamarse la obra de una vida dedicada al arte, ante la cual no cabe ni el ninguneo egoí­sta ni el elogio de circunstancias: su obra sencillamente es y se ha venido formando no sólo con las lí­neas finas de sus dibujos, sino también con el dolor y la angustia, con el sentido y el sinsentido de la historia social de Guatemala, sedimentados en la materia calcinada de la que están hechas sus pinturas más emblemáticas.

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Por Juan B. Juárez

El lado heroico de la persistencia de César Izquierdo —y de sus logros artí­sticos— ciertamente tiene que ver con la lucha personal por dominar los secretos de un oficio laborioso y poco comprendido, pero aún más con la lucha por desentrañar algo así­ como el sentido de la existencia.  De allí­ que sus indagaciones de artista de nuestra época se dirijan a la tierra, considerada no tanto como materia bruta sino como escenario donde se desarrolla la existencia humana, y al mismo tiempo, al intelecto, donde es posible debatir su sentido.  Así­, indagando en esos campos, el uno exterior y el otro interior, el hacer del artista (que es su manera, su método de pensar) va “descubriendo” aspectos inquietantes y hasta atormentadores de la verdad, de la verdad del mundo y de sí­ mismo.  Su obra, en ese sentido, es el registro minucioso y descarnado de esas indagaciones y esos descubrimientos.

Hasta aquí­ hemos hablado de indagaciones y descubrimientos, del mundo externo y el mundo interno.  Podrí­amos adelantar que la obra de César Izquierdo es también la lucha por conciliar esos mundos opuestos: por un lado, el dibujo, fino agudo y penetrante como su esfuerzo mental por “descubrir” la forma tensa de los demonios internos que lo atormentan y, por otro, su pintura “matérica”, densa e insondable, descubriendo en la tierra las huellas terribles y maravillosas del presente y de la historia.

Esta doble indagación le da a la obra de César Izquierdo su carácter más distintivo.  Por ejemplo, la obra matérica que realizó durante los años 60 y 70, de un expresionismo muy descarnado, puede ser caracterizada, como mucha de la pintura de esa época, de testimonial con respecto a la violencia y la represión polí­tica de los inicios del conflicto armado interno; pero sus dibujos introspectivos no cuestionan a la época sino a sí­ mismo, y de esta manera la honestidad artí­stica de César Izquierdo y de sus testimonios pictóricos se pone por encima de cualquier sesgo ideológico.

Y lo mismo sucede con los temas indí­genas de su pintura.  A ellos lo llevó su indagatoria en la materia de nuestro mundo.  Profundizando en ella, en la historia antigua que le da sentido al presente, los descubrió con el mismo asombro con que antes descubrí­a, en el presente, los vestigios de la violencia social y polí­tica.  Tan nuestro el cadáver reciente como la grandeza antigua, y el artista los descubre y los cubre con el mismo ritual de veneración y respeto, como partes igualmente decisivas del sentido de la existencia en el contexto de la sociedad guatemalteca actual.  Son los hallazgos que jalonan su indagación y su obra. Los dibujos introspectivos que acompañan a este descubrimiento, ahora de una trama menos densa, descubren y describen con la misma minuciosidad nuevos estados de conciencia, sin duda menos atormentados pero igualmente conflictivos.

En la obra más reciente la doctora Silvia Herrera encuentra que “en Izquierdo la pintura y el dibujo son una solución de continuidad”.  Y, en efecto, pareciera que la materia, otrora árida y reseca de sus cuadros, hubiera entrado a otro ciclo, reverdeciera y, removida en ritmos amplios y suaves, se poblara de pájaros, árboles y sí­mbolos antiguos y poderosos que finalmente afloran desde el fondo de la tierra y de su conciencia.  No es que el artista haya dejado de cuestionar al mundo y a sí­ mismo o que haya alcanzado respuestas definitivas: es, quizás, la sabidurí­a que viene de la aceptación.  Atrás de sus cuadros actuales, debajo de sus hallazgos más recientes está siempre la historia de su vida y la historia de este suelo tan fecundo como atormentado.