Estamos en las últimas horas de la campaña más costosa de la historia política del país, en la que se rompieron no sólo todos los antecedentes históricos, sino los techos legales de gasto establecidos legalmente por el Tribunal Supremo Electoral. Ese único detalle, el de la multimillonaria inversión en la campaña política, debiera servir para que el ciudadano abra los ojos para entender que el próximo gobierno tendrá facturas demasiado onerosas que pagar y que ese costo será cubierto con favores que se traducen en obras sobrevaloradas, compras a precios exorbitantes y, en resumen, mal uso de por lo menos 20 mil millones de quetzales del Presupuesto General de la Nación.
No hay otra conclusión que se pueda extraer de esta prolongada y carísima campaña electoral en la que se han derrochado recursos a diestra y siniestra. Cada voto en las elecciones guatemaltecas es resultado de más gasto que en cualquier otro país del mundo porque aquí no existen las estructuras políticas que se traduzcan en voto consciente, sino que vivimos en un país sin partidos políticos en donde cada cuatro años se promociona a los candidatos como quien pone una venta de calzones y depende de la publicidad para atraer al público.
Sin embargo, nos llenamos la boca hablando de la “fiesta democrática†que viviremos el próximo domingo como corolario de la que ya hubo el 11 de septiembre de este año. Nos sentimos honrados de formar parte del concierto de naciones en donde el pueblo elige a sus gobernantes y se establecen gobiernos que, de acuerdo a la teoría política, son producto de un mandato emanado en las urnas en el que se compromete al mandatario (ejecutor del mandato, para que se entienda claramente) a realizar lo que ofreció en campaña. Pero no ofertas babosas como la de que mejorarán al país, su educación, su salud, su seguridad, su justicia, el combate a la pobreza y la desnutrición, sin decir ni cómo ni con cuánto, sino ofertas concretas y exigibles el día de mañana, mismas que los electores guatemaltecos nunca escuchamos y por lo tanto no podemos generar un mandato en las urnas.
El caso es que el elector sabe cómo es el juego y le gusta, por lo visto, participar en ese engaño sabido. Pero la contundencia del fracaso del sistema está determinada por la cantidad de dinero que tuvieron que recolectar los candidatos para tener derecho real a optar a la Presidencia. No llegarán al poder por el voto, sino por el dinero que les permitió agarrar de papos a los votantes y sabiendo eso, al llegar cumplirán sus obligaciones con los financistas y no con el elector. Esa es, en esencia, nuestra “fiesta democráticaâ€.
Minutero:
Mostraron toda su maña
y terminan extenuados
además de endeudados
por los costos de campaña