En lo que se refiere a inequidades sociales Guatemala no está sola (aunque la compañía no sea un consuelo) como leo en Internet un artículo de Nicholas D. Kristof publicado originalmente en el New York Times, que aborda un problema que muchos consideran exclusivo de los países subdesarrollados y que atañe a las desigualdades prevalecientes entre una pequeña minoría privilegiada que acapara el mayor volumen de la riqueza y la vulnerable mayoría que carece de posibilidades para intentar mejorar su calidad de vida.
En las actuales circunstancias, cuando el sistema capitalista se manifiesta en su máxima expresión por medio del neoliberalismo egoísta, excluyente y discriminador, en el propio corazón de esta doctrina económica puesta en práctica se registran movimientos civiles de inconformidad y que, surgidos inicialmente en España con el peculiar nombre de Los Indignados, se ha extendido a muchos países, que podrían desembocar en convulsiones impredecibles, a menos que se corrijan las políticas financieras que enriquecen a los más poderosos y empobrecen a los menos afortunados.
En Guatemala, para el caso, con una población superior a 13 millones de habitantes es una de las naciones de América Latina y del Tercer Mundo en general donde más priva ese malvado inequilibrio, puesto que el 54.8 % de sus habitantes vive en situación de pobreza y el 29.1 % se encuentra en la indigencia, con ingresos tan miserables que no llegan al equivalente a 2 dólares diarios, y aunque el salario mínimo oficialmente es de Q63 diarios; muchos patronos transgreden esa norma con impunidad.
No es extraño, entonces, que la desnutrición infantil convertida en tragedia golpee a los hogares más injustamente tratados por una oligarquía codiciosa, por gobiernos corruptos y demagogos y por grandes empresarios tramposos que eluden el pago de impuestos, pero que están prestos para demandar de la desprestigiada clase política un comportamiento ético que ni otros pueden sostener con autoridad moral para sus señalamientos recíprocos.
Con el fin de argumentar lo escrito en el primer párrafo de esta columna, traigo a colación el análisis del periodista Kristof, quien señala que en Estados Unidos el problema crítico es la desigualdad económica que, según la Central de Inteligencia de nación, le celebérrima CIA, en el aspecto de ingresos, la potencia del norte es más desigual que Túnez o Egipto, lo que ya es mucho decir.
Tres datos subrayan esa desigualdad –precisa el analista-, que consisten, primero, en que los 400 norteamericanos más adinerados tienen un valor neto más grande que el de los 150 millones que menos ganan; segundo, el 1% más acaudalado de los estadounidenses posee mayor riqueza que el 80 % de la población de ese país, y, tercero., en la llamada época de la expansión económica durante el gobierno republicano del presidente George W. Bush, de 2002 a 2007, el 65 % de las ganancias económicas fue para el 1 % más rico.
En términos más generales –puntualiza el que fuera corresponsal viajero del New York Times-, cada vez más se piensa que la desigualdad en Estados Unidos y probablemente en el resto del mundo, es el resultado de que los magnates manipulan el sistema, buscando lagunas jurídicas, “y su crimen queda impuneâ€. De esa cuenta, de los cien directores ejecutivos mejor pagados en Estados el año pasado, ganaron más dinero de lo que su compañía pagó en impuestos federales corporativos sobre la renta, como lo sostiene el Instituto de Estudios de Políticas Públicas de la gran potencia.
(El hijo del inmigrante afroguatemalteco Romualdo Tishudo Yordan, asentado precariamente en el Bronx neoyorquino, se queja:-Papá, en la escuela me dicen que nuestra familia es indigente. El padre repone: -Callate y tratá capturar unas ratas para la cena).