Estamos ya en la semana de la recta final para elegir un nuevo gobierno y un nuevo Presidente para Guatemala. Las encuestas indican un resultado que sería normal dado los resultados de la primera ronda electoral en la cual el general Otto Pérez Molina obtuvo una aventaja de trece puntos sobre su más cercano oponente, Manuel Baldizón. De acuerdo a estas encuestas, Pérez Molina aventajaría a Baldizón con una diferencia de 10% de los votos. Pero hay varios hechos que probablemente hagan que tal predicción no sea enteramente confiable. En primer lugar el desprestigio de las encuestadoras que nos han mostrado resultados sesgados en las últimas elecciones. Sucedió así en 2007 cuando le daban la victoria a Pérez Molina y sucedió así en 2011 en la primera vuelta cuando otorgaban a Pérez Molina una victoria contundente que finalmente no se dio.
Usualmente una diferencia de 10% es suficiente en otros países para dar por segura la victoria de un candidato. Pero algo sucede en Guatemala en estos días que hace que cuando uno habla con los observadores del proceso político en el país no sean contundentes en sus afirmaciones. Hay quienes me han dicho que en realidad más que los diez puntos de ventaja lo que habría es una suerte de empate técnico que se da cuando hay una diferencia entre los candidatos de 3%. Otros han dicho que una situación catastrófica sería que la diferencia entre los dos oponentes fuera mínima pues daría pie a un conflicto poselectoral como el que se observó en México en 2006. En aquella ocasión esa diferencia mínima, unida a una participación activa del gobierno de Fox y de todo el establishment a favor del candidato oficial provocó una sensación de elecciones de muy baja calidad para decir lo menos o de fraude para decir lo más.
No hay motivos para pensar entonces que dado lo que dicen las encuestadoras, Pérez Molina será presidente electo el próximo domingo. Además, de la no confiabilidad de las encuestas, existe también lo que Edgar Gutiérrez ha llamado el “voto oculto†y las “células†que no son sino las estructuras de movilización electoral de Sandra Torres y del Partido Patriota. Si fuera cierto que el próximo domingo se observara un elevado abstencionismo, el candidato que tuviera la máquina electoral más aceitada tendría la ventaja. Pero también tendría la ventaja aquel que tuviera la mayor proporción de voto duro. Y aquí Pérez Molina puede ser que tenga la delantera porque su oponente no lo tiene en amplias proporciones. Un eventual éxito de Pérez Molina probablemente se asiente en el surgimiento de un vasto sector de clases medias urbanas que tienen una visión conservadora del mundo y una visión neoliberal de la economía. Al igual que otros sectores de la sociedad, estas también se encuentran desesperadas por la rampante violencia delincuencial y presas del simplismo autoritario que clama mano dura. A través de los medios de comunicación, de las universidades privadas (particularmente la Francisco Marroquín), de las empresas capitalistas de servicios espirituales (las mega iglesias evangélicas) todos estos sectores han sido tan ideologizados que no perciben que la política económica que apoyan (el neoliberalismo) es la causa de lo que lamentan (la violencia delincuencial). Si fuera cierto que la estructura de Sandra Torres apoya a Baldizón, éste podría beneficiarse de una parte de su voto duro. El voto en el interior del país, particularmente el de sus sectores más empobrecidos, el de los que han sido beneficiados por las políticas de Cohesión Social, podría ser endosado a Baldizón. Pero en este caso la capacidad de movilización de ese voto, la accesibilidad de los centros de votación y la dotación de la infraestructura necesaria para facilitar el sufragio podrían jugar un papel decisivo.
Hace unos meses todo el mundo daba por cierta la victoria de Otto Pérez Molina. Hoy lo único que puede afirmarse con certeza es que para ambos candidatos, el próximo domingo es incierto.