La imperiosidad de las drogas


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 No tengo claro desde cuándo las drogas empezaron a seducir al género humano, pero me atreverí­a a decir que quizá hoy su popularidad alcanza su mayor apogeo en el ranking de la historia.  Y esto se evidencia en la demanda del producto en el mercado y la oferta siempre generosa dispuesta en cada esquina de la ciudad.

Eduardo Blandón

 


Cualquier texto sobre la historia del consumo de drogas indicará que éstas han sido usadas desde que apareció el primer humanoide sobre la tierra, pero no se indica con claridad el carácter lúdico y festivo en que se consumió.  Lo cierto es que las religiones las utilizaron en sus ritos para alcanzar el cielo, conversar con sus dioses y sostener una experiencia mí­stica.  Todo muy bonito, decente y hasta paradigmático y ejemplar.
 
Con el tiempo, podemos suponer, los hombres en general le empezaron a sentir gusto y la consumieron para divertirse y pasarla bien.  No tenemos estadí­sticas qué tan drogadictos eran los emperadores romanos y sus respectivos ciudadanos, ni qué tan asiduos a la mota eran los monjes en sus monasterios en la Edad Media.  Con todo, podemos adivinar que su uso no lo inventamos recientemente en el Siglo XX.
 
Es claro, sin embargo, que a nuestra cultura le fascina los viajes rápidos provocados por el alcohol, la marihuana o las drogas sintéticas o naturales.  Hay cifras que indican que la mayor parte de las personas adultas alguna vez consumieron drogas.  Y si esto es así­, podemos suponer que las generaciones que nos pisan los talones también serán drogadictos potenciales.
 
Los ejemplos del mundo de la farándula apenas son la punta del iceberg en relación a la seducción que los estupefacientes ejercen sobre nosotros.  Tenemos, por ejemplo, a Michael Jackson, enganchado desde la más tierna edad con variadas drogas y muerto por el consumo de un medicamento raro llamado “propofol”.  La prensa rosa también menciona las reincidencias con drogas de Lindsay Lohan, una niña de 25 años que no hay forma de apartarla de la fantasí­a de los polvos que consume.  Ahora sí­, ha dicho a la prensa, cambiaré, mientras tanto está castigada trabajando en una morgue de su ciudad.
 
Yo creo que los deseos de fantasí­a son naturales en el ser humano.  La mayor parte del género humano “fuma” mentalmente e inventa paraí­sos que solo existen en la cabeza de quien los ideó.  Los artistas son los más propensos al alucine.  Como no les gusta el mundo en que nacieron, crean uno a su manera, a su imagen y semejanza, para sentirse bien y reinventar el cosmos.  Los pintores, los músicos, los poetas y los novelistas son los mayores drogadictos –metafóricamente hablando– de la historia de la humanidad.
 
  Es cierto que a veces estos mismos artistas han consumido drogas, pero no es la regularidad del caso.  Digamos que la literatura y la música salvaron a estos hombres selectos de caer en la vulgaridad de las sustancias ilí­citas.   Su estética, de hecho, no proviene de la irresponsabilidad de un dopaje, sino de la serenidad, la contemplación y mucho esfuerzo por desarrollar los propios talentos.
 
Dicho así­ las cosas, el consumo de drogas parece incidir más sobre caracteres débiles que ante la necesidad de acceder a otro mundo (vocación lí­cita y “natural”), toman caminos fáciles, atajos, para elevarse a lo eterno y tocar el cielo.  Las drogas están de moda (y siempre lo estarán) porque la función poética que albergamos en nuestro espí­ritu nos exige una elevación superior.  Algunos lo consiguen a lo bruto, como el holgazán que no desea hacer esfuerzo alguno, otros mediante un trabajo lí­rico que los conduce a mejores parajes, más permanentes, lúcidos, fantasiosos y hasta también eróticos.