«Estos crí­menes deben pasar por el tamiz de la Memoria, la Verdad y la Justicia»


Repo_1

Por motivo del perdón que el Estado pedirá en memoria de sus padres –Carlos Alberto Figueroa Castro y Edna Ibarra de Figueroa–, el intelectual, escritor y columnista de La Hora, Carlos Figueroa Ibarra habla sobre el trágico suceso de 1980, la violencia durante la guerra interna y la época de la paz enmarcada en un clima de inseguridad.

Repo_2

REDACCIí“N LA HORA
lahora@lahora.com.gt

A 31 años de la muerte de sus padres, ¿Qué significado tiene el acto de dignificación que realiza el Gobierno?
En mi opinión son dos los significados más importantes que tiene este evento. En primer lugar el Estado reconoce el crimen de lesa humanidad que cometió con mis padres Carlos y Edna, asesinados el 6 de junio de 1980. En segundo lugar al hacer el acto de dignificación, que puede entenderse como una solicitud de perdón, el Estado reconoce que mis padres eran personas de bien, al igual que la inmensa mayorí­a de los asesinados y desaparecidos por las dictaduras militares y los primeros gobiernos civiles en los ochenta y los noventa. El acto servirá para la Memoria y la Verdad. La Justicia en el caso particular de mis padres no sé si algún dí­a se realizará.

Cuéntenos un poco sobre los acontecimientos que enmarcaron el trágico 6 de junio de 1980. ¿Cómo se dieron los hechos?
El dí­a 6 de junio de 1980, la vida de los hermanos Figueroa Ibarra cambió para siempre. En medio de signos ominosos, nuestros padres, Carlos y Edna, salieron de su domicilio a cumplir sus labores habituales. Momentos después mi padre se percató de que el auto en el que ellos se conducí­an estaba siendo perseguido por un vehí­culo o varios vehí­culos, no lo sabemos exactamente, y buscó evadir la persecución. Debe haber recordado que en una colonia aledaña a la cual ellos viví­an, Ciudad de Plata, viví­a algún conocido. Testigos presenciales han afirmado que mi padre intentó junto con mi madre refugiarse en esa casa, pero no lo logró. De regreso al automóvil los sicarios los arrasaron a tiros a ambos. Tuvieron la tranquilidad que daba la impunidad ofrecida por el régimen de Lucas Garcí­a, para bajarse de los autos y darles a nuestros padres el tiro de gracia. Yo habí­a tenido que salir al exilio semanas antes. Mis hermanos y sobrino fueron sometidos a un acoso terrible en los dí­as siguientes y terminaron asilándose en la Embajada de Bélgica. Un matrimonio de psicólogos, Marí­a Josefina Lemus Monroy de Navarro y Francisco Fernando Navarro Mejí­a, habí­an sido asesinados el 28 de mayo anterior por una terrible confusión. Y el 9 de junio en otra terrible confusión, esta vez relacionada conmigo, fue asesinado el Lic. Carlos Humberto Figueroa Aguja.

 Â¿Cuáles fueron los retos a vencer después de que mueren sus padres?
Volver a gozar de la alegrí­a de vivir y en mi caso particular, entender plenamente el proceso de violencia que segó la vida de ellos. Lo he intentado escribiendo dos libros y publicando varios artí­culos sobre el tema. Lo he dicho ya y lo vuelvo a repetir, no albergar odio alguno de carácter personal. Yo no odio a las personas que participaron en este tipo de hechos. Me parecen más odiosas las relaciones sociales y privilegios que se defendí­an y en nombre de los cuales se asesinaron y desaparecieron a 200 mil personas en este paí­s.

¿Qué lección deja este suceso a la historia de Guatemala?
La lección más importante para mí­ es que estos crí­menes deben pasar por el tamiz de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Por la Memoria para que el enorme sufrimiento humano que se vivió en esos años no se olvide y que no se olvide para que no vuelvan a repetirse los actos monstruosos que durante aquellos años se cometieron. Por la Verdad para que ahora no se intente tapar el sol con un dedo diciendo que tales crí­menes no se cometieron, que tuvieron un carácter delincuencial o que fueron el resultado de las feroces pugnas internas de la izquierda revolucionaria. Hoy uno de los dos candidatos presidenciales nos quiere convencer que no hubo genocidio en Guatemala. Memoria y Verdad nos deben servir para que al menos si no hay un acto de justicia penal, por lo menos el juicio de la historia caiga implacablemente sobre los genocidas. Finalmente por la Justicia, porque los autores intelectuales y materiales de tales crí­menes, que no tienen prescripción, deben ser procesados por sus crí­menes contra la humanidad.

 Â¿Se puede comparar la violencia social de la actualidad con la represión de la guerra interna?
La violencia durante la guerra interna la cometió fundamentalmente el Estado. Esto es lo que nos dicen los informes de la Comisión de Esclarecimiento Histórico y el Informe “Nunca Más” de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. Entre el 90 y 95% de los crí­menes cometidos en aquella época participó el Estado a través de sus diversas agencias. La violencia en la actualidad tiene diversas fuentes y actores, no tiene un contenido estrictamente polí­tico. Aunque se nutre también de una constante que es el consenso que dan ciertos sectores sociales a las acciones criminales del Estado. Antes se justificaban los crí­menes de lesa humanidad en nombre del anticomunismo. Ahora lo hacen en nombre de la “limpieza social”.

 Los procesos contra militares involucrados a violaciones a derechos humanos ocurridas en el pasado están avanzados. ¿Qué lectura hace de esto?
Resulta esperanzador lo que ha venido sucediendo en los últimos tiempos. El que no solamente la infanterí­a del terrorismo de Estado sea sometida a juicio sino también algunas de sus cabezas más visibles. ¿Le llegará su turno al general Efraí­n Rí­os Montt? La experiencia demuestra que los dictadores y genocidas que han sido castigados son los que quedan en el bando perdedor o caen de la gracia de los grandes poderes mundiales: los lugartenientes de Hitler, Manuel Antonio Noriega, Saddan Husseim, Slovodan Milosevic y Muamar Gadafi. Augusto Pinochet murió en la impunidad y en Guatemala abundan casos como el de él.

El jefe del Comando Seis de la Policí­a Nacional fue capturado. ¿Cree que se acerca un episodio de justicia en el caso de sus padres?
En verdad no lo sé. Los procesos penales y actos de justicia que se han observado en el paí­s han sido producto de familiares e instituciones que le han dado seguimiento estricto a los casos. En nuestro caso, todos vivimos fuera del paí­s y eso dificulta una investigación que tendrí­a que estar animada por una voluntad familiar y que se encuentre en el paí­s.
 
¿Estima que se firmó una paz firme y duradera y que las condiciones que originaron el enfrentamiento cambiaron o se puede considerar el acto de la paz, un pacto más entre bandos que un acuerdo estructural?
Los acuerdos de paz que se terminaron de firmar acaso fueron los mejores acuerdos que se podí­an lograr dada la correlación de fuerzas internas y externas de aquel momento. No fueron los mejores acuerdos y hubo muchas insatisfacciones por sus limitaciones. Aun así­ estoy convencido de que fueron un marco importante para darle una salida al paí­s. Desgraciadamente su cumplimiento se ha visto bastante fracturado y la crisis social actual los ha rebasado. No avizoro por fortuna el inicio de un nuevo conflicto interno como el que vivimos después de 1954 y durante medio siglo. Pero si veo a Guatemala como una sociedad en descomposición porque los problemas que hicieron nacer al conflicto se encuentran todaví­a allí­ y

“La violencia en la actualidad tiene diversas fuentes y actores, no tiene un contenido estrictamente polí­tico. Aunque se nutre también de una constante que es el consenso que dan ciertos sectores sociales a las acciones criminales del Estado”.

“El Estado reconoce que mis padres eran personas de bien, al igual que la inmensa mayorí­a de los asesinados y desaparecidos por las dictaduras militares y los primeros gobiernos civiles en los ochenta y los noventa”.

“Yo no odio las personas que participaron en este tipo de hechos. Me parecen más odiosas las relaciones sociales y privilegios que se defendí­an y en nombre de los cuales se asesinaron y desaparecieron a 200 mil personas en este paí­s”.