La historia de nuestros límites con México es de tal envergadura que se convierte en un asunto demasiado importante como para dejar que lo maneje en secreto la Cancillería de Guatemala de un gobierno que no se ha distinguido precisamente por dirigir una política exterior coherente. Basta una lectura rápida de los WikiLeaks para darse cuenta de la serie de gazapos que ha tenido el gobierno de Colom en política exterior y en buena medida porque son reflejo de la misma personalidad de quienes tienen la responsabilidad de dirigirla.
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Lo primero que nos tenemos que preguntar es qué hubiera hecho el gobierno de México si los guatemaltecos nos apropiamos de un metro cuadrado de territorio mexicano, no digamos de una extensión como la que afecta ahora la integridad territorial de nuestro país. La reacción hubiera sido inmediata y nos obligan a como dé lugar a recular, pero los guatemaltecos, siempre tan tibios y ahuevados, estamos manejando el tema en secreto para que comisiones y más comisiones se pongan de acuerdo ante lo que es obvio y requiere de actitudes firmes y enérgicas, sobre todo tomando en cuenta esos antecedentes históricos que nos tienen que poner en alerta porque no sería la primera vez que Guatemala pierde parte de su territorio por desidia y dejadez de nuestras autoridades.
Dios nos libre de pensar en actitudes guerreristas, no sólo porque estos problemas se tienen que resolver pacíficamente sobre todo ahora cuando el posicionamiento global se ha convertido en pan de todos los días y no hacen falta las mediciones que en su tiempo, bajo la dirección de don Carlos Salazar y Eugenio Silva Peña, se hicieron para firmar el tratado de límites entre Guatemala y Honduras en tiempo de Ubico, sino porque Guatemala tiene unas fuerzas armadas que han sido entrenadas, por lo visto, para repartir bolsas solidarias y fertilizante, labor por la que le cobran el Estado, pero no para enfrentar ninguna amenaza externa, sea ésta narcotráfico o riesgo contra la integridad del territorio nacional.
El caso es que la Cancillería apela a declarar secreto de Estado un asunto que no tiene por qué manejarse con tales criterios, no sólo porque la publicidad del mismo no puede sino fortalecer la posición del reclamo que tiene que hacerse, sino porque no es un asunto que pueda comprometer de ninguna manera nuestras relaciones con ningún país, incluyendo México. Se trata de un movimiento de los mojones y monumentos de referencia que están establecidos desde el tratado que en mala hora suscribió Justo Rufino Barrios entregando parte de Campeche y otros territorios que en conjunto significaron alrededor de siete mil millas cuadradas. El tratado de 1882, con lo vergonzoso que es para el país y no obstante el cual todavía se le rinden honores al tal Rufino, deja claramente delimitada la frontera norte de Guatemala con México que es en donde se ha suscitado el problema.
Lamentablemente no podemos tener confianza en el gobierno ni en la Cancillería porque hemos visto demasiadas actitudes de falta de entereza a lo largo de estos cuatro años y además es obvio que hay un criterio que privilegia la parte económica en las relaciones exteriores a cualquier otra consideración. No es lo mismo ser experto en integración económica que en política exterior, asuntos que muchas veces plantean intereses que entran en conflicto, por lo cual es importante que el tema se aborde públicamente, lo cual no significa dejar de hacerlo con la seriedad que merece y demanda.
Los mexicanos, repito, no dejarían un asunto tan importante en manos de su gobierno aún y cuando el mismo fuera competente, no digamos si tuvieran un gobierno de pacotilla que terminó quedando huérfano por un divorcio. Basta ya de darle largas al asunto.