El Año de la Fe


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Quizá porque vivimos una época no de ateí­smo militante sino de indiferencia religiosa y agnosticismo, es que el papa Benedicto XVI anunció el pasado 15 y 16 de octubre en Roma la institución del “Año de la Fe”.  Una proclamación que algunos considerarán bizarra y anticuada, pero que la Iglesia toma muy en serio, según el mandato de “proclamar el Reino” a todos los confines de la Tierra.

Eduardo Blandón

 


La información que apareció dispersa en los medios de comunicación indica que el Pontí­fice, a través de la Carta Apostólica “Porta Fidei” (Puerta de la fe) anunció que dicho evento empezará el 11 de octubre del 2012 (50º. Aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II) y acabará el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo Rey.  El 11 de octubre, recojo de internet, es también la fecha en que Juan Pablo II establece el nuevo Catecismo de la Iglesia católica en 1992.
 
            Nuestro tiempo es paradójico en el tema religioso, como sin duda han sido todos los perí­odos de la historia de la humanidad.  Por un lado, vivimos dí­as de indiferentismo religioso. La fe realmente interesa a muy pocos y la minorí­a que se declara “creyente”, los contenidos evangélicos inciden muy poco en sus vidas. Hay un buen número de personas que se dicen religiosas, pero que viven su propio evangelio.
 
            Parafraseando a Gandhi hay que decir que no es difí­cil creer en Jesús, pero es imposible creer en el hombre que dice seguir los que afirman tener fe. Los pastores conocen el problema y no dejan de criticar esa actitud que llaman de “separación entre fe y vida”.  Los cristianos (algunos de ellos) por un lado aplauden los domingos y son fervientes cuando oran, pero son una amenaza en la vida ordinaria. Al colmo que nada más peligroso que un “cristiano” renacido que vive una fe superficial y del diente al labio.
 
            Las pruebas son de claridad meridiana: un empresario que reza, pero que no paga horas extras y “pichicatea” vacaciones. Un polí­tico que cierra los ojos y eleva sus brazos al cielo, pero que miente y se corrompe cada vez que puede. Un padre de familia que lleva a los hijos al templo y les enseña a orar, pero que no tiene resquemor en linchar y hacer picadillo al delincuente porque lo odia y desea su exterminio. Un periodista que vende sus artí­culos al mejor postor, aunque en su boca nunca falte la moraleja cristiana y la palabra de Dios.
 
            Pero si por un lado están quienes viven la fe de manera superficial (la mayorí­a que practica el agnosticismo religioso), por el otro, están quienes con seriedad toman la palabra de Dios. Son esos que incluso son explotados por los pastores inescrupulosos que pululan en nuestros dí­as. Los que adoran a Dios en espí­ritu y en verdad y son manipulados por quienes piden el diezmo y viven del esquilme religioso.
 
            Hay gente de fe, sin duda. Corresponde a esas personas que puntualmente van al templo, hacen oración y conforman su vida a la doctrina que afirman con los labios. Son ese grupo religioso, también, que alejados de las iglesias por el mal testimonio de los curas pedófilos y pastores delincuentes, honran a Dios en lo í­ntimo de su corazón y testimonian una fe más allá de las instituciones. Son esos hombres que de súbito nos recuerdan que hay una realidad más allá de lo que se puede ver.

            Benedicto XVI dice que el año que inaugura «será un momento de gracia y de esfuerzo para una conversión plena a Dios, para reforzar nuestra fe en él y para anunciarlo con alegrí­a al hombre de nuestro tiempo». Ya veremos si se cumplen sus expectativas.