México combate a la obesidad en la niñez


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Anghella Torres tiene apenas 4 años, pero ya pesa 30 kilos (66 libras), el doble de lo que serí­a su peso normal. Sus piececitos le duelen de soportar tanto exceso de peso. Sabe que es obesa y no le gusta nada. Y ahora, por más que no sepa leer ni contar calorí­as, está en dieta.

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Por ADRIANA GOMEZ LICON MEXICO Agencia AP

Con la ayuda de su abuela y de una cuidadora pública, Elizabeth Sucilla, Anghella sigue un modesto programa de dieta y ejercicios que le recomendó una enfermera en un hospital público hace algunos meses. «Tengo que dejar de comer dulces», dijo la niña.

También se le dijo que deje de comer tantas papitas fritas y cucharadas enteras de media crema, que ingerí­a como si fuese yogur.

México tiene las tasas de obesidad infantil más altas del mundo, según afirmó este año el presidente Felipe Calderón (algo que no fue corroborado por la Organización Mundial de la Salud, que no lleva ese tipo de estadí­sticas), y está estimulando a que los menores sigan el ejemplo de Anghella. Las escuelas públicas prohibieron la comida chatarra y exigen que se dedique más tiempo a la educación fí­sica, al tiempo que el gobierno nacional lanzó una campaña en la que invita a las familias a que inscriban a sus hijos en programas públicos diseñados para bajar de peso.

Si bien una gran cantidad de niños de zonas rurales pobres están malnutridos, el paí­s registra la segunda tasa de crecimiento de la obesidad infantil más alta en un estudio de nueve naciones realizado por el profesor de nutrición de la Universidad de Carolina del Norte Barry Popkin. Esas tasas son particularmente altas en la capital y cerca de la frontera con Estados Unidos.

Más del 28% de los niños de entre cinco y nueve años son gordos, mientras que el 39% de preadolescentes y de chicos de entre 10 y 19 años están excedidos de peso o son obesos, de acuerdo con estadí­sticas del Instituto Mexicano de Seguridad Social.

La Secretarí­a de Salud considera obesas a las personas con un í­ndice de masa corporal de 30 o más. Ese í­ndice mide el contenido de grasa corporal en relación a la estatura y el peso.

En Estados Unidos, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades dice que el 17% de los niños y adolescentes de entre dos y 19 años son obesos. En Brasil, un paí­s en franco desarrollo industrial, igual que México, el 15% de los chicos de entre cinco y nueve años son obesos y el 19% están excedidos de peso, de acuerdo con estadí­sticas del gobierno. No hay estadí­sticas para los adolescentes.

El Instituto Nacional de Salud Pública dice que el problema no se limita a los niños y que el 70% de la población adulta está excedida de peso o es obesa en México. Pero las autoridades decidieron enfocarse en los niños primero porque son el grupo más grande y si se combaten los malos hábitos alimenticios a temprana edad se puede evitar la proliferación de casos de diabetes en el futuro, según los funcionarios de salubridad.

«Entre más temprano aparezca la obesidad, el riesgo de que sea un adulto obeso se incrementa, así­ como el desarrollo de otras enfermedades, como diabetes, hipertensión,» dijo Leticia Martí­nez, coordinadora de nutriologí­a del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). «Se ve como una emergencia».

La obesidad infantil de México se percibe en todas las clases sociales, aunque las más pobres están menos informadas y menos equipadas para hacerle frente.

A partir de este año, se prohibió la venta de bebidas gaseosas y de comida chatarra en los kinder y en las escuelas primarias. Se las reemplazó con desayunos con abundantes vegetales, como zanahoria y calabaza. En las escuelas intermedias se vende solamente bebidas con poca azúcar, refrigerios con bajas calorí­as y pequeñas bolsitas de papitas fritas que respetan parámetros fijados por las secretarí­as de salud y educación.

En los recesos de la escuela primaria República Italiana, los niños salen de sus aulas y hacen fila en mesas que ofrecen tres opciones alimenticias distintas.

Pueden optar entre sándwiches de salchicha de pavo con tomates, sin mayonesa, en pan de trigo; nopales con pimientos en tortilla de maí­z, semillas de girasol o una cucharada de sorbete, y pepinos y zanahorias.

La directora de la escuela Yamile Bobadilla dice que no puede hacer nada para impedir que frente a la escuela haya vendedores callejeros de gaseosas, pizzas y papas fritas grasosas.

Agrega que algunos niños, e incluso sus padres, se han quejado de la prohibición de la venta de comida chatarra. «Me ven como la bruja», señaló.

La campaña nacional para promover un peso saludable enfrenta otros retos: Tres cuartas partes de las 2.400 escuelas públicas de la Ciudad de México no tienen patios ni salones donde los alumnos se puedan ejercitar. Y el 80% no cuentan con fuentes de agua. Los expertos dicen que es importantí­simo beber abundante agua y menos bebidas azucaradas para prevenir y revertir el exceso de peso.

Las autoridades admiten que no hay suficientes dietistas en el sistema educativo y apuntan que hay que superar una barrera cultural ya que tradicionalmente se piensa que un bebé gordito es un bebé saludable.

«Cualquier esfuerzo que se pueda hacer para mejorar la situación en las escuelas es muy importante para combatir la epidemia» de obesidad, expresó Chessa Lutter, asesora regional de nutrición y alimentos de la Organización Panamericana de la Salud.

A partir del año escolar de 2010-11, las autoridades educativas comenzaron a aumentar el tiempo dedicado a la educación fí­sica, de una a tres horas semanales, tras llegar a la conclusión de que algunos muchachos son obesos porque no hacen ningún ejercicio fí­sico.

Bobadilla dijo que algunos chicos se desvanecen o sufren de fatiga por su exceso de peso.

Guillermo Ayala, quien dirige el grupo de la Secretarí­a de Educación encargado de fijar las pautas alimenticias, también está al frente de una campaña para que un equipo de preparadores fí­sicos y enfermeras pese y tome las medidas de todos los niños de la Ciudad de México.

Las escuelas con la mayor cantidad de niños que suben de peso o que no han bajado de peso sufrirán sanciones, afirmó.

Fuera de las aulas, publicidades televisivas auspiciadas por el gobierno muestran a niños que se esfuerzan por acarrear pesados sacos de granos, sí­mbolo de los kilos de más que tienen. Los avisos invitan a los padres a inscribir a los menores en programas del gobierno de dieta y ejercicios. Unos 5,3 millones de niños participan en esos programas todos los años, pero las autoridades no llevan la cuenta de cuántos están excedidos de peso.

Sucilla llevó a la pequeña a un hospital público en mayo a sugerencia de las empleadas de su jardí­n de infantes.

Una enfermera le recomendó que Anghella hiciese caminatas diarias, bebiese mucha agua y comiese más granos integrales, vegetales y frutas.

La niña visita periódicamente a la enfermera, quien la pesa.

En su casa, cuando intenta alcanzar un pan dulce en la mesa, Sucilla le da una palmadita y le dice, «sabes por qué mija».

Anghella dice que no le gusta que le digan que es gorda.

«No, mi amor. Estás pachoncita (rellenita)», señala Sucilla. Pero a continuación añade: «Sí­ me preocupa porque yo no quiero que mi hija sea una niña obesa».