Añoranzas de la niñez


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La columna publicada en La Hora (28-9-2011), cuya autorí­a es de Mario Cordero ívila, jefe de Redacción, causó un aldabonazo sentimental en mi persona. A mis años de adulto mayor soy dado precisamente a los recuerdos significativos. Los poq’onchí­s de San Cristóbal Verapaz me denominaban con cierto protocolo y respeto acrisolado Ka Jau Mah Juan de Dios, al igual que otros similares.

Juan de Dios Rojas

 


En sí­ntesis doy a conocer las múltiples vivencias que aún revolotean o pugnan mejor dicho por salir, a luz pública, en medio justamente de í­ndole relativo a la añoranza infantil. Cobran desde mis interioridades un potencial extraordinario, sumamente visualizado enseguida: Todo ello con motivo del Dí­a del Niño, el 1 del corriente mes de octubre, rebosante de historia.

A continuación algunos ejemplos que yo habitante de la casa grande de mis ancestros paradigmáticos percibí­ impresionado en extremo. Procedentes de aldeas jurisdiccionales la gente menuda, acompañando a sus progenitores cargaban sobre sus espaldas macilentas dentro de un matate, pequeños productos a vender.  De retorno, sin descanso les introducí­an piedras pesada sus papás.

Maltrato existí­a desde ese entonces a los niños y niñas, potenciales cargadores en la medida de su desarrollo y crecimiento. La ingrata discriminación entre ellos mismos mostraba su rostro fatí­dico,  ajeno a consideración y mucho menos a la humanización que huí­a en búsqueda de mejores acciones. Totalmente confundido y extrañado quedé por  ese proceder que pervive aún.

Su vestuario insuficiente, según la economí­a familiar, a fin de complacer, que es mucho decir, consistió en una prenda unisex (término actual) de tela barata, llamada cotí­n. En realidad un camisón sencillí­simo que les cubrí­a el cuerpo macilento, las niñas con un canasto sobre sus cabezas, inducidas a mayor peso con el correr del tiempo de su organismo desnutrido.

Inclusive por costumbre heredada de sus antepasados les obligaban a desarrollar  trabajos impropios de su edad. A mí­ siempre me causaba una especie de consternación verlos subidos a los arboles de pimienta gorda cortando el producto sometidos mal los niños analfabetos, equilibrando su anatomí­a en tapescos de palo.
Eso en época boyante para la familia al conseguir ingresos valiosos.

De por vida fue el hecho de protagonizar los niños de corta edad la ayuda al padre a temprana hora en el ámbito rural-la otra Guatemala-desempeñar tareas agrí­colas todo el dí­a,  pese a las inclemencias del tiempo. Un medio descanso a la hora del almuerzo consistente en pishtones, frijoles, agua caliente portada en un tecomate, inicio de la desnutrición aguda.

Actualmente persiste tal situación, en contra de los derechos del niño, a tiempo de existir,  no obstante la tibia intervención de los Derechos Humanos PDH, los niños llevan a cabo trabajos humillantes, por ejemplo: los llamados niños de la piedra y niños de la pólvora.  Rémora persistente, imposible sea eliminada por completo de parte de las autoridades competentes, o no.

Durante los juegos infantiles del barrio y anexos solí­amos compartir los mismos con indí­genas ágiles, listos y con habilidad para el balompié. Convivencia real, formativa y sembradoras de amistad largos años. Nadie, recuerda como si fuese ayer, que los vimos de menos; tampoco fueron objeto de molestias; solamente recibieron, parte de la costumbre, los infaltables apodos.

Yo la pasé muy bien el periodo escolar del nivel primario; lo mismo el resto de ladinos, unidos en cualquier momento  respondí­amos exitosamente en las actividades educativas.  Un indí­gena logró ser abanderado escolar de nuestro grupo. Tení­an vocación musical, hubo un ejecutante del redoblante en sendos desfiles. Una maestra le decí­a Tiquilo Polovela, siendo Virgilio Lem su apelativo.

Ni que hablar del instrumento nacional, la marimba, cierto conjunto lo integraron solo niños que para ejecutar usaban banquitos. Sin embargo alcanzaron fama y prestigio esa marimba doble de «los patojos».  Sucesivas generaciones en mejores planos del teclado moreno continúan aquella meritoria labor en los antiguos barrios, desaparecidos sus nombres por zonas. ¡Lástima!