Arbenz, fin del exilio


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En estos dí­as, ha estado vigente la exposición fotográfica sobre Jacobo Arbenz Guzmán, la cual se instaló como parte de la sentencia de la Organización de Estados Americanos (OEA), en la cual se ordenó al Estado de Guatemala ofrecer perdón a la familia del expresidente guatemalteco, así­ como otras consideraciones, como esta muestra para recuperar la memoria.

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POR MARIO CORDERO íVILA

Todo empezó cuando Daniel Hernández-Salazar, al saber de la noticia de que el cuerpo de Jacobo Arbenz serí­a repatriado para ser enterrado en Guatemala, quiso documentar todo el proceso, por lo que tomó su cámara e hizo el recorrido desde la Fuerza Aérea, hasta que fue enterrado en el Cementerio General.

La repatriación del cuerpo tuvo lugar el 19 de octubre de 1995, y tras pasar una noche de honras fúnebres en el Palacio Nacional, fue inhumado en el Cementerio General. Previo a ello, pasó por el Museo de la Universidad de San Carlos, donde recibió póstumamente un doctorado honoris causa.

En el trayecto, que Hernández-Salazar hizo a pie, fue percibiendo a través de su lente los rostros de la gente así­ como de la familia. La viuda de Arbenz, Marí­a Vilanova, descendió del avión, con cierto dolor, luego de casi cuarenta años en el exilio, sin echar raí­ces en ninguna parte. Su esposo, que siempre quiso retornar a su patria, sólo lo pudo hacer con un traje de madera.

El fotógrafo fue documentando la expresión del pueblo, que se pronunciaba por la historia de Arbenz, quien por fin retornaba de su largo exilio. La historia de la familia Arbenz Vilanova no sólo era la de la propia familia, era la de un pueblo cuyo incipiente desarrollo se habí­a ido a la basura con la intervención estadounidense, a través de mercenarios, que obligaron renunciar al jefe de un gobierno que intentaba un proyecto de paí­s, que, como dice Hernández-Salazar, era un proyecto mejorable, pero que era un buen inicio.

“Me da la sensación que desde entonces, el paí­s se empezó a venir abajo”, comenta Hernández-Salazar.

Las imágenes acá captadas fueron seleccionadas de una muestra mucho más extensa, pero que por las requisiciones del espacio y de la muestra debió tomar sólo las quince más representativas. Se inicia con el descenso de Marí­a Vilanova del avión, hasta terminar con la misma viuda cantando el Himno Nacional junto a su nieto, a la par de un estudiante universitario con una playera del Che Guevara.

Posteriormente, tres fotografí­as más: la de Marí­a Vilanova, un dí­a después del entierro de su esposo en el Cementerio Nacional, con la que termina la muestra; también, dos fotografí­as del entierro de la viuda, una con una niña que le llevaba flores, y otra la de su hijo, Jacobo Arbenz Vilanova, introduciendo sus cenizas junto a las de su padre.

RESTAURACIí“N

Pero la muestra no sólo consiste en la documentación gráfica del retorno del cuerpo de Arbenz. Como parte de la exposición, Hernández-Salazar también hizo la restauración de quince fotografí­as, propiedad de la familia Arbenz Vilanova, las cuales fueron llevadas por la madre en una maleta, en su peregrinar por todo el mundo.

Obviamente, las fotografí­as estaban seriamente dañadas. Algunas, con daño desde el principio, como una escritura a lapicero que se hiciera detrás de una foto, y otras que los hongos, la humedad y el sol fueron deteriorando.

Sin embargo, el trabajo en la restauración que hiciera Hernández-Salazar es admirable. Tan bueno que fue su trabajo, que las fotografí­as parecieran haber sido tomadas ayer, con una cámara digital.

A través de técnicas de restauración, logró restaurar las fotografí­as, algunas con daños serios que incluso borraron algunos rostros. Hernández-Salazar aseguraba que de lejos no se percibí­a, pero al acercarse, sí­. Sin embargo, por mucho que me esforcé, no logré ver la restauración. Era prácticamente perfecta, todo gracias a un paciente trabajo de restauración a través de puntos, tal y como se restauran los lienzos pictóricos antiguos.

En esta parte de la muestra, Arbenz Guzmán aparece en sus horas más felices, desde su matrimonio, en que la pareja luce feliz, pasando por el nacimiento de la primera hija, en que aparecen, asimismo, rebosantes de alegrí­a.

También aparecen las fotos de la participación de Arbenz para la Revolución del 44, en la que lucí­a orgulloso siendo miembro del triunvirato que permitió la transición democrática después de una larga dictadura de Ubico-Ponce Vaides.

También, aparecen dos fotografí­as de mí­tines de Arbenz en la campaña electoral cuando ganó la Presidencia. En éstas, aparece cercano a la gente, imagen ajena a los candidatos de hoy dí­a, ya que en éstos hay una pared invisible, representada por los guardaespaldas, entre los postulantes y sus simpatizantes.

Luego, vienen los años de la Presidencia, en donde se observa la gala y la bonanza que aquellos dí­as se viví­an. Arbenz con Luis Cardoza y Aragón y con Manuel Galich, sí­mbolo que en aquellos tiempos el poder polí­tico y la intelectualidad iban de la mano en busca de un mejor paí­s.

Se observa a Arbenz condecorando mujeres; Arbenz con su Gabinete, en donde todos lucen en armoní­a; Arbenz en el Balcón Presidencial, feliz saludando al pueblo; Arbenz junto a dos niños, que caminan tranquilos junto a él, casi sin percibir que él era el Jefe de Gobierno.

Pero luego, el tono de las fotos empieza a cambiar. Una cena en la cual el semblante de Arbenz ya era distinto, serio, sin la sonrisa de las anteriores fotos, lo que ya presagiaba su destino. Y, por último, una foto de la familia Arbenz Vilanova, en una estación de tren, quizá en Francia o Suiza, ya en el exilio, con las maletas que se constituí­an en toda su casa, y siempre huyendo de los dedos acusadores que aún lo señalaban de ser un “enemigo de la patria”, sólo porque intentó que hubiera un desarrollo soberano de la economí­a del paí­s.

UNIí“N

Tras esto, Hernández-Salazar combina estas dos series de fotos: una, restauradas por él y en su mayorí­a con autorí­a anónima, y las otras tomadas por él. La temática de la exposición va adquiriendo un tono muy triste, ya que en el inicio, las fotos relatan una vida feliz, y terminan con un entierro. De hecho, es notable que la exposición empieza con la imagen feliz de la pareja recién casada, y termina con el rostro angustiado de la viuda, un dí­a después del entierro. Marí­a Vilanova inicia y culmina la exposición.

Otros detalles en que se observa la unión entre las dos series de fotografí­as, son imágenes coincidentes, como tener como marco la entrada del Palacio Nacional: en una, Arbenz y Vilanova entrando felices a una recepción, y otra, en la que entra el ataúd.

Otro hecho resaltante es ver la figura de Arturo Herbrugger, quien coincidentemente debió investir a Arbenz como Presidente de la República, cuando era miembro del Congreso, y en la otra serie, el mismo Herbrugger le hizo guardia frente a su ataúd, cuando fungí­a como Vicepresidente. La vida se repite, aunque de manera imperceptible.

La sensación que deja es que se observa la historia de un paí­s, representado en un drama personal y familiar. Al terminar de ver la muestra, dan ganas de llorar. Los rostros captados por Hernández-Salazar durante las honras fúnebres, son rostros de dolor, de frustración, de un pueblo que ha vivido décadas de estar sometido.

Según narró Hernández-Salazar, el 20 de octubre de 1995, cuando el Ejército se encaminaba a trasladar el cuerpo hacia el Cementerio General, los presentes exigieron que previo a ello el cuerpo pasara por el lugar del asesinato de Oliverio Castañeda de León. A partir de allí­, el Ejército no pudo contra la voluntad del pueblo y se tuvo que hacer para atrás. El pueblo, por primera vez en muchos años, hací­a valer su voluntad, y a las autoridades no le quedó más que aceptar y reconocer esta voluntad, y todo inspirado por Arbenz.

Es decir, que la exposición no sólo muestra imágenes, también enseña lecciones, que Hernández-Salazar, curador de la muestra, fue muy hábil y muy sensible para ir escondiendo estos mensajes ocultos.

La exposición está abierta en la Galerí­a Kilómetro Cero, en el primer nivel del Palacio Nacional de la Cultura. La entrada es libre.