En distintos lugares del mundo se producen manifestaciones de grupos que tienen como común denominador su indignación ante la realidad que les toca vivir y protestan por la indiferencia de las autoridades frente a cuestiones que afectan al ciudadano común y corriente. Yo diría que el principal agente de cohesión, el hilo conductor que identifica a los distintos grupos en el mundo es en repudio a la corrupción.
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Las dictaduras del norte de ífrica, incluyendo la de Egipto y ahora la de Libia, sucumbieron por el cansancio de la gente ante esa forma descarada de robar que con total impunidad mostraron los gobernantes. En otros países el cuestionamiento es más general, puesto que se entiende que no sólo roban los políticos, sino que para hacerlo tienen que actuar en complicidad con particulares que se prestan y benefician del juego de la corrupción. En ese sentido Wall Street se está convirtiendo en el epicentro de la crítica a un modelo económico que se encargó de eliminar regulaciones para asegurar la más absoluta impunidad en cualquier trinquete que se haga en perjuicio del ciudadano de la calle.
No es un movimiento orgánico ni tienen un objetivo preciso, claramente identificado y realizable. Simplemente es la expresión del hartazgo ante un modelo que no funciona, que desde la segunda parte del siglo pasado se fue afianzando en el mundo para eliminar cualquier forma de regulación de la actividad económica y que ha significado que los multimillonarios en el mundo amasen cada día más dinero, exprimiendo las amplias facultades de que gozan, y reduciendo la clase media para aumentar globalmente el contingente de pobres y de gente que no puede satisfacer sus necesidades.
En Guatemala, en cambio, tan ocupados como estamos por “decidir nuestro futuro†con la elección de noviembre, no perdemos el tiempo en andarnos indignando. Como siempre pasa, aquí las modas llegan tarde y todavía falta mucho para que las protestas se vean como algo “coolâ€, digno de ser imitado. Somos sin duda alguna uno de los países donde más burda e impune es la corrupción, pública y privada, pero como que nos hemos acomodado a vivir en esa realidad y ya sabemos que si queremos prosperar, si queremos tener ganancia, no hay otro remedio que el de entrar en la jugada y ser parte de un sistema hecho deliberadamente para alentar la corrupción en todos los niveles.
Son muchos los que sinceramente creen que en noviembre tenemos que hacer una elección “crucialâ€, como si de ella dependiera verdaderamente el futuro del país. Pero aunque sepan que vivimos en un medio donde los gobiernos únicamente sirven para darles negocio a los pícaros que financiaron las campañas políticas. Un país donde manipulan la pobreza simplemente para construir la plataforma política de una candidatura presidencial contraria a la Constitución de la República que precisamente trata de impedir ese tipo de abusos con los recursos públicos.
Un país donde los banqueros que se robaron el dinero de los clientes viven tranquilos sin temor a sanción legal o moral alguna porque no hay indignados que ni siquiera les mienten la madre.
A lo mejor es que somos demasiado comodones para indignarnos. Queremos que otros digan las cosas, que otros hagan las denuncias y, cuando las hacen, alegamos porque no nos gusta la forma en que lo hacen. Para ser del movimiento de los indignados hay que empezar por tener dignidad, por hacerse respetar como ciudadano, por tener valores cívicos arraigados que permiten reclamar ante el abuso, venga de donde venga. Pero si renunciamos a nuestra dignidad, si nos dejamos babosear con una “elección crucialâ€, de dónde jocotes vamos a poder indignarnos.