En estos días de lluvias torrenciales y pertinaces, he recordado recientemente una frase socorrida de un amigo que antaño repetía “tener el ánimo mojadoâ€. Su estado ordinario era estar triste o fingirlo, por lo que recurría puntualmente al agua espiritosa para absorber ese espíritu siempre húmedo.
Digámoslo con franqueza, la lluvia no es sino el reflejo externo de nuestro estado interior. Vivimos en clave depresiva en Guatemala. Penamos por razones diversas: el dinero que siempre falta, la violencia puntual, las extorsiones indeseadas o la corrupción rampante de nuestros políticos. No podemos sino llorar o hacernos los locos.
Llorar o sentirse con angustia no es un estado insólito. Recordemos que Jesús, llegó a decir en un momento de apuro “mi alma está muy triste, hasta la muerteâ€. No sabemos con certeza cómo la pasaba el Maestro cuando oró en el Getsemaní, pero es muy seguro que ese sudor del que habla el evangelista Lucas: “Sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierraâ€, no era de alegría y júbilo.
Llorar es humano, afligirse y sentir miedo también. Pero, quizá en nuestros días esté devaluado este sentimiento. Pocos quieren experimentar eso que San Juan de la Cruz llamó “la noche oscuraâ€. De aquí que la ciencia, la medicina, invente fármacos para pasarla bien. Busco en internet y me aparecen: citalopram, escitalopram, fluoxetina, paroxetina, sertralina, amitriptilina, desipramina, imipramina, nortriptilina, y un moderado etcétera de medicamentos antidepresivos.
El ideal posmoderno no se adecúa a los viejos modelos. Los valores pasaron de moda o cambiaron. La sensibilidad no es la misma. El héroe de nuestros tiempos es un sujeto feliz, joven y adinerado. Demasiado ocupado en pasarla bien y sacarle el jugo a la vida. No tener responsabilidades y vivir “la dolce vita†es la meta, el propósito de vida. Lejanamente se venera a Steve Jobs, pero no por su labor tesonera, medio enfermiza (era trabajólico), sino por todo el capital que logró acumular.
Los santos paganos están de moda: Jobs, Gates, Slim, Buffett. El genio de nuestros días no es el sabio cuya sapiencia le enseña a vivir bien, sino el millonario que satisface sus caprichos, quien se rodea de beldades y viaja contento alrededor del mundo. Son esos nuestros horizontes, a eso debe aspirar la gente normal, lo demás no es sino filosofía de frustrados que, frente a la inutilidad y la miseria, elucubra para lamerse sus heridas.
Queda hacerse el loco o fingir que no pasa nada. Esta es otra solución contemporánea. Repetirse como estúpidos que estamos bien o que no pasa nada. Que el dolor es fantasía y sólo está en nuestra mente. Basta ignorarla para ser dichosos. Y, claro, ahí están los gringos produciendo libros a granel, textos de auto superación, muy al estilo de Cohelo. Golosinas para el espíritu siempre necesitado de consuelo.
Hagamos las de Jesús y reconozcamos que también nuestra “alma está muy triste, hasta la muerteâ€. Esta aceptación no es derrotismo, sino la conciencia de que hay un mal que nos devora y debemos superar. Esta consideración debe conducirnos a la esperanza para ir más allá del horizonte que todos conocemos.