Con el ánimo mojado


eduardo-blandon

En estos dí­as de lluvias torrenciales y pertinaces, he recordado recientemente una frase socorrida de un amigo que antaño repetí­a “tener el ánimo mojado”.  Su estado ordinario era estar triste o fingirlo, por lo que recurrí­a puntualmente al agua espiritosa para absorber ese espí­ritu siempre húmedo.

Eduardo Blandón

 


Digámoslo con franqueza, la lluvia no es sino el reflejo externo de nuestro estado interior. Vivimos en clave depresiva en Guatemala. Penamos por razones diversas: el dinero que siempre falta, la violencia puntual, las extorsiones indeseadas o la corrupción rampante de nuestros polí­ticos. No podemos sino llorar o hacernos los locos.
            Llorar o sentirse con angustia no es un estado insólito. Recordemos que Jesús, llegó a decir en un momento de apuro “mi alma está muy triste, hasta la muerte”. No sabemos con certeza cómo la pasaba el Maestro cuando oró en el Getsemaní­, pero es muy seguro que ese sudor del que habla el evangelista Lucas: “Sudor como grandes gotas de sangre que caí­an hasta la tierra”, no era de alegrí­a y júbilo.
            Llorar es humano, afligirse y sentir miedo también. Pero, quizá en nuestros dí­as esté devaluado este sentimiento. Pocos quieren experimentar eso que San Juan de la Cruz llamó “la noche oscura”. De aquí­ que la ciencia, la medicina, invente fármacos para pasarla bien.  Busco en internet y me aparecen: citalopram, escitalopram, fluoxetina, paroxetina, sertralina, amitriptilina, desipramina, imipramina, nortriptilina, y un moderado etcétera de medicamentos antidepresivos.
            El ideal posmoderno no se adecúa a los viejos modelos. Los valores pasaron de moda o cambiaron. La sensibilidad no es la misma. El héroe de nuestros tiempos es un sujeto feliz, joven y adinerado. Demasiado ocupado en pasarla bien y sacarle el jugo a la vida. No tener responsabilidades y vivir “la dolce vita” es la meta, el propósito de vida. Lejanamente se venera a Steve Jobs, pero no por su labor tesonera, medio enfermiza (era trabajólico), sino por todo el capital que logró acumular.
            Los santos paganos están de moda: Jobs, Gates, Slim, Buffett. El genio de nuestros dí­as no es el sabio cuya sapiencia le enseña a vivir bien, sino el millonario que satisface sus caprichos, quien se rodea de beldades y viaja contento alrededor del mundo. Son esos nuestros horizontes, a eso debe aspirar la gente normal, lo demás no es sino filosofí­a de frustrados que, frente a la inutilidad y la miseria, elucubra para lamerse sus heridas.
            Queda hacerse el loco o fingir que no pasa nada. Esta es otra solución contemporánea. Repetirse como estúpidos que estamos bien o que no pasa nada. Que el dolor es fantasí­a y sólo está en nuestra mente. Basta ignorarla para ser dichosos. Y, claro, ahí­ están los gringos produciendo libros a granel, textos de auto superación, muy al estilo de Cohelo. Golosinas para el espí­ritu siempre necesitado de consuelo.
            Hagamos las de Jesús y reconozcamos que también  nuestra “alma está muy triste, hasta la muerte”. Esta aceptación no es derrotismo, sino la conciencia de que hay un mal que nos devora y debemos superar. Esta consideración debe conducirnos a la esperanza para ir más allá del horizonte que todos conocemos.