Sonreí­r y llorar


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Cuando se sonrí­e, la gente sonrí­e. Cuando llora, habrá quién llore también. En los niños pequeños esto se hace obvio, al encontrarse juntos, él que llora inicia el llanto de los otros, y si sonrí­e, induce a sonreí­r. Existe llanto sin lágrimas, lágrimas sin llanto, tristeza de llanto, tristeza de tanto, llanto lúcido y llanto desesperado. También desesperanza de llanto y risa de llanto. La tristeza posee la caracterí­stica de ser delatora, pero el llanto puede ser conducido por tristeza, por alegrí­a y por espanto.

Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

 


Un llanto de tristeza, conduce a la exteriorización del dolor de una persona y a veces a la apropiación del mismo por quien lo observa. Cuando es de alegrí­a, puede resultar desconcertante, pero también hacer llorar.  Sin embargo, cuando el espanto es quien lo provoca, logra constreñir nuestras ví­sceras, paralizarnos y  hacernos sentir cerca a la agoní­a.  
A quien sonrí­e, se rí­e o se da por carcajear.  Hay risas que se califican en lugar y otras fuera de lugar.  Hay risas y llanto a desazón por llamar la atención y habrá quien rí­e por no llorar.  Hay quien muestra una mueca marcada en la cara que semeja a una sonrisa.  Hay carcajadas estridentes que desquician el oí­do, aturden pero no reflejan. 
La risa y el llanto son una definición de quien sé es.  Los auténticos, saben contagiar, reflejar y mostrar la esencia del ser.  En ellos se observan los ojos, los músculos de la cara,  garganta, cuerpo  y corazón. 
Sonreí­r es sano, pero llorar también. Con el tiempo existe el riesgo de que las lágrimas y el llanto se desvanezcan.  Por más que se recurre a su llamado, estos no suelen salir.  Quizá porque las convocamos con mucha frecuencia y a los ojos  se les agotan las lágrimas y los sollozos se acaban.
Algo parecido pasa con la sonrisa, si no se practica los músculos de la cara la olvidan.  El ceño se frunce y la espontaneidad   desvanece. Los ojos ignoran el alma, la esconden, posiblemente para no ser percibida nuevamente por los demás.  Pero también existe quien dice no haber podido sonreí­r ni llorar en su vida.