Cuando se sonríe, la gente sonríe. Cuando llora, habrá quién llore también. En los niños pequeños esto se hace obvio, al encontrarse juntos, él que llora inicia el llanto de los otros, y si sonríe, induce a sonreír. Existe llanto sin lágrimas, lágrimas sin llanto, tristeza de llanto, tristeza de tanto, llanto lúcido y llanto desesperado. También desesperanza de llanto y risa de llanto. La tristeza posee la característica de ser delatora, pero el llanto puede ser conducido por tristeza, por alegría y por espanto.
Un llanto de tristeza, conduce a la exteriorización del dolor de una persona y a veces a la apropiación del mismo por quien lo observa. Cuando es de alegría, puede resultar desconcertante, pero también hacer llorar. Sin embargo, cuando el espanto es quien lo provoca, logra constreñir nuestras vísceras, paralizarnos y hacernos sentir cerca a la agonía.
A quien sonríe, se ríe o se da por carcajear. Hay risas que se califican en lugar y otras fuera de lugar. Hay risas y llanto a desazón por llamar la atención y habrá quien ríe por no llorar. Hay quien muestra una mueca marcada en la cara que semeja a una sonrisa. Hay carcajadas estridentes que desquician el oído, aturden pero no reflejan.
La risa y el llanto son una definición de quien sé es. Los auténticos, saben contagiar, reflejar y mostrar la esencia del ser. En ellos se observan los ojos, los músculos de la cara, garganta, cuerpo y corazón.
Sonreír es sano, pero llorar también. Con el tiempo existe el riesgo de que las lágrimas y el llanto se desvanezcan. Por más que se recurre a su llamado, estos no suelen salir. Quizá porque las convocamos con mucha frecuencia y a los ojos se les agotan las lágrimas y los sollozos se acaban.
Algo parecido pasa con la sonrisa, si no se practica los músculos de la cara la olvidan. El ceño se frunce y la espontaneidad desvanece. Los ojos ignoran el alma, la esconden, posiblemente para no ser percibida nuevamente por los demás. Pero también existe quien dice no haber podido sonreír ni llorar en su vida.