Al César lo que es del César…


Oscar-Clemente-Marroquin

Ayer temprano me llamaron de Estados Unidos para comentarme la homilí­a que se disparó el sacerdote en una parroquia de Florida situada en un lugar en donde casi todos los habitantes son millonarios, más conservadores que los del Tea Party, al punto de que en ese condado los demócratas apenas si rascan unos cuantos votos. Todos son enemigos del Estado, reacios al pago de impuestos y seguros de que los impuestos son un despojo que se hace a los ricos.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

 


El cura les advirtió que sin duda pasarí­a a ser el hombre más impopular del pueblo, pero que los impuestos tení­an que ser justos, que quien más tiene debe pagar más para beneficio de los que menos tienen. “La paz estará con ustedes después de que decidan si sus ideas sobre el tema de los impuestos son justas”, entendiendo que cumplir con las obligaciones fiscales es, seguramente, su única oportunidad de ser servidores públicos.
 
  Debe haber sido muy difí­cil para ese sacerdote de una de las parroquias más adineradas que conozco, predicar de esa manera sabiendo lo que piensan sus fieles. Pero señaló que el cristianismo no significa centrarse únicamente en las cosas espirituales y que si Jesús hubiera querido decir que no habí­a que pagar impuestos lo hubiera dicho a pesar de la trampa intrí­nseca de la pregunta, puesto que Jesús no era un cobarde que usara subterfugios. Por ello es irrespetuoso decir que Jesús se zafó del tema sin abordarlo, puesto que claramente dijo que el cristiano tiene que cumplir sus obligaciones materiales y espirituales.
 
  Horas más tarde fui a misa con la curiosidad de ver cómo enfocarí­an el tema en nuestra parroquia de la acomodada zona 14. La homilí­a duró 26 minutos y de ellos el padre habló tres y medio de los tributos, en términos generales. Su discurso fue que Jesús encontró en la imagen del César la forma de zafarse de hablar de los impuestos porque si decí­a que habí­a que pagarlos quedaba mal con unos y si decí­a que no habí­a que pagarlos quedaba mal con otros. Y apelando a San Agustí­n dijo que todo el tema se reduce en que hay que dar al César lo que es del César porque tiene la imagen del César, y a Dios lo que es de Dios que es el ser humano hecho a su “imagen”.
 
  Derivó entonces el discurso a que no hay que andar pelando gente, que no hay que incurrir en excesos y ese tipo de llamados a no pecar. No se mencionó, por supuesto, el pecado de la evasión y menos aún el de la apropiación que se hace del dinero ajeno cuando se clavan el IVA. Simplemente el padre, escudándose en que Jesucristo no tuvo los pantalones para poner en su lugar a los fariseos y herodianos, se lavó las manos con lo de la moneda con la imagen del César.
 
  Qué bárbaro, pensé, puesto en su propia cobardí­a para no tocar un tema que evidentemente iba a crear escozor entre la feligresí­a generosa con sus ofrendas le hizo poner a Jesús como un cobarde que no tuvo los pantalones de hablar claro cuando se le hizo la pregunta. Yo creo que la respuesta fue categórica, absoluta y contundente. Tenemos que cumplir con nuestros deberes como ciudadanos, con nuestras obligaciones ante el Estado y, además, ser buenos católicos. Cumplir con nuestros deberes, sobre todo en un paí­s con tantas desigualdades donde hay niños que no parecen hijos de Dios porque se les condena a la desnutrición por falta de alimentos, es de aquellos pecados sociales que mencionó Juan Pablo II cuando vino al paí­s.
 
  Que se roban el pisto, cierto, pero empecemos por pagar lo justo, lo correcto y luego hagamos una Revolución para que no nos roben. Hacernos babosos no me parece una tesis cristiana.